Huérfanos nos hemos quedado. Somos generaciones y generaciones que hemos disfrutado de Raffaella Carrà como piruchos en el salón de casa, con los pies puestos en el poleiro del sofá, en familia, y, años más tarde, en fiestas desaforadas, a las horas más imposibles, en garitos cuyo éxito era simplemente pinchar sus temas. Una mujer peculiar. Nació como los tortellini en Bolonia, un 18 de junio de 1943. Su ombligo fue censurado por la iglesia en 1970. Y ella bromeaba: «Mi madre pidió en el parto un ombligo perfecto para mí, como un pequeño tortellini». Ahora se hablará mucho de que le dijo que no, primero a Frank Sinatra, y luego a Hollywood.
Ella quería ser estrella de cine. Y lo fue de la música, de la danza y de la televisión. En Italia y en España, donde la adoramos. Con ella, como con el querido Michael Robinson, siempre nos quedará la duda de, si después de tantos años aquí, seguían hablando el español tan mal o era parte de sus personajes. Dos seres encantadores. Ella empezó en el espectáculo con 9 años. Discos de oro, discos de platino. Icono gay, fumaba 17 murattis cada día. Nunca bebió ni coqueteó con las drogas: «Lo más que me he tomado para subir a un escenario ha sido un capuccino. Siempre he querido estar lúcida».
De piernas interminables, casi como las de Cyd Charisse, Raffaella María Roberta Pelloni parecía conocer el secreto de la energía. Para ser feliz. Para vivir en el Sur. Para explota, explótame. Creía en el trabajo en equipo, esta mujer con risa de niña eterna. Se declaraba de izquierdas, no radical, y aseguraba que había sido educada en el rigor y la disciplina.
Daba mucho juego en las entrevistas. Tenía la misma rapidez mental que para moverse en escena. De la Juve, «nací con rayas blancas y negras, pero en Madrid soy merengue». Defendía el ángel de los artistas, da igual a lo que se dediquen: «No se puede aprender a ser Lola Flores y tampoco a ser Raffaella Carrà». Si fuera. Tuca tuca. Hola, Raffaella. Aquel casette de 300 pesetas que le regalaste a tu hermano para bailarlo tú. Natural, corriente de simpatía, ganó un Óscar por contribuir a La gran belleza. ¿Por qué tanto éxito en esa media melena rubia? Sabía que la mayoría somos unos sentimentales. Jarabe de corazón.
Comentarios