En España hace falta un New Deal, un nuevo pacto social, similar al de Estados Unidos tras el crac del 29. Al reajuste de los mercados financieros y al paro estructural, la pandemia ha sumado una sucesión de quiebras de empresas, cierres de negocios de autónomos y pérdidas de empleos, que ha abierto la brecha social y ha dejado desprotegida a la clase trabajadora, con el riesgo de que, en poco tiempo, parte de la clase media se convierta en clase baja.
Para levantar el nivel de vida de las clases populares, Roosevelt aceleró el intervencionismo estatal y aumentó el déficit público. Con la llegada de los fondos europeos para la transformación económica, Sánchez pretende hacer lo mismo.
Ahora bien, hablamos de los fondos europeos como si viniesen de fuera, como si no fuesen nuestros.
No hay que confundir el New Deal y el Plan Marshall, la recuperación del estado del bienestar a partir del crecimiento endógeno y la recuperación de posguerra gracias a la ayuda exterior.
El mayor intervencionismo debiera reforzar el papel del Estado en la economía, pero el Gobierno ha de ser valiente a la hora de equilibrar los intereses de ciudadanos y grandes empresas.
Durante la pandemia hemos visto el ejemplo contrario: las multinacionales farmacéuticas se han impuesto a los gobiernos. Pasada la pandemia, veremos si el Estado resiste los envites liberales de las fuerzas vivas o sucumbe ante viejas propuestas disfrazadas de novedades, que obligan a inventar vocablos alarmistas como austericidio o liberticidio. Reducir el Estado a la mínima expresión no garantiza más libertad.
En la salida de las crisis, los presidentes estadistas son importantes, pero la oposición también. Mientras la de Roosevelt arrimó el hombro, la de Sánchez empuja por la espalda. En vez de hacer política de Estado, hace política de juzgado. España no es Estados Unidos, pero se equivoca Biden cuando ningunea a Sánchez y se equivoca Pedro Sánchez cuando adula a Biden. Sánchez no es Roosevelt; Biden tampoco.
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