Más allá de su gestión, Aznar pasará a la historia como el presidente que comprometió a España en una guerra ilegal y mintió sobre los atentados del 11M. Al contrario que Bush y Blair, nunca ha pedido perdón. Esto bastaría para condenar al ostracismo total a cualquier político. Pero Aznar va por la vida dando lecciones de todo a todos en un tono desafiante. Su credibilidad es igual a cero, como cuando solemnemente aseguró que Sadam Huseín tenía armas de destrucción masiva, la gran fake news que sirvió para justificar la invasión de Irak. Su última aparición pública ha sido junto a su nuevo ídolo, Díaz Ayuso, por la que, dijo, le habían preguntado en Hungría, el país gobernado por el ultraderechista Orbán, que ha provocado el rechazo frontal de los líderes europeos por sus intolerables medidas homófobas. Y una vez más ha vuelto a dar muestras de su rencor, acusando al PSOE de haber utilizado los atentados para ganar las elecciones del 2004. Justo lo que él mismo intentó sin éxito. Pero lo que más ha llamado la atención es su amenaza a los empresarios y obispos por su apoyo a los indultos a los independentistas, que, remarcó, es «para apuntar y no olvidar». ¿Qué quiso decir con esto? ¿No son libres la patronal y la iglesia para manifestarse? ¿Serán castigados por salirse del guion de las derechas? ¿Cómo? ¿Va a dar él explicaciones de los indultos que concedió a 16 terroristas de Terra Lliure en 1996, cuando necesitaba los votos de Pujol? ¿Algo que aportar sobre la tremenda corrupción que anidó en el PP bajo su mandato? Siempre que reaparece echa más leña al fuego de la crispación. Sin ningún género de dudas, Aznar es el peor expresidente del Gobierno de la democracia.
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