Horrible accidente y morir por no cooperar (IX): la tragedia de los comunes

OPINIÓN

PILAR CANICOBA

28 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Los rapa-nui debieron llegar a la Isla de Pascua desde la Polinesia a principios del siglo XIII. Durante siglos habitaron esta remota isla del Pacífico haciendo frente a importantes adversidades relacionadas con el clima, la sobrepoblación y la sobreexplotación de recursos, la escasez de alimentos, las guerras tribales y, tras la aparición de exploradores «occidentales» en el siglo XVIII, con el esclavismo y las epidemias. Un cúmulo de perturbaciones que llevó a la sociedad rapa-nui a la desaparición en el siglo XIX, dejando como testigos mudos de su cultura las imponentes esculturas antropomorfas llamadas «moáis».

Un caso más que sirve para estudiar, a pequeña escala, el desarrollo y extinción de las sociedades humanas. Tal y como ha hecho el Modelo HANDY (Human and Nature Dynamics), elaborado por investigadores/as de las universidades de Maryland y Minnesota, en colaboración con la NASA, que, teniendo en cuenta el estudio de civilizaciones pasadas, prevé el colapso de nuestras sociedades en décadas si no cambia la actual dinámica de consumo de recursos y desigualdad crecientes.

A pesar de la información que proporcionan investigaciones como esta, además de las señales de deterioro biofísico, social y económico que nos alertan desde hace tiempo, hay una gran resistencia al cambio. Nuestra adicción al consumo, inducida por los «camellos» del capitalismo irrestricto, nos dificulta ver las consecuencias a largo plazo -ya no tan largo, la verdad-, ignorando lo que la selección natural depara a las especies que perseveran en conductas no adaptativas.

No hace falta explicar la significativa correlación entre los activistas del negacionismo científico (de la evolución, o del cambio climático) y los del fundamentalismo del lucro indiscriminado, ¿verdad?

Esas consecuencias, como le ocurriera a los rapa-nui, se asemejan al escenario descrito por el  ecólogo estadounidense, James Garrett Hardin, en un artículo publicado en Science en 1968: la tragedia de los bienes comunales. Un análisis del conflicto entre los intereses individuales y los intereses comunes. O, traducido al debate sobre qué es la libertad, el conflicto entre la libertad negativa por el que una minoría consume recursos sin límite y la libertad positiva por la que nadie está (ni estará) sometido por la pobreza y/o por los intereses de otras personas (coerción).

El catedrático de Teoría Social y autor de Los costos de vivir: cómo la libertad de mercado erosiona las mejores cosas de la vida, mi colega el psicólogo norteamericano Barry Schwartz lo planteó así, mucho más recientemente: «¿Cómo escapar del dilema en el que muchos individuos actuando racionalmente en su propio interés pueden, en última instancia, destruir un recurso compartido y limitado, incluso cuando es evidente que esto no beneficia a nadie a largo plazo? (cita el artículo de Hardin) Nos enfrentamos ahora a la tragedia global de los comunes. Hay una Tierra, una atmósfera, una fuente de agua y seis mil millones de personas compartiéndolas. Malamente. Los ricos están sobreconsumiendo y los pobres esperan impacientes a unírseles. Los ejemplos son abundantes».

La forma de escapar la explica desde la ciencia el físico argentino Ignacio Gómez Portillo en su tesis doctoral, realizada en el Grupo de Física Estadística de la Universidad Autónoma de Barcelona, titulada: La evolución de la cooperación y el origen de la sociedad humana (2013).

La tesis, que estoy degustando en dosis moderadas desde hace semanas, parte de las siguientes cuestiones: «Desde que la selección natural fue concebida, se considera que actúa sobre poblaciones que saturan el medio que habitan. Bajo esta condición, aquellos individuos que sobreexplotan eficazmente los recursos del ambiente a costa de los demás, evolucionan conduciendo a las poblaciones específicas a la tragedia de los comunes y la lucha por la supervivencia, hecho que el propio Darwin definió como indiscutible. No obstante, en cada organismo vivo conocido se observa que sus partes, también orgánicas y vivas, cooperan entre sí buscando el bien común por sobre el individual. ¿De qué manera este hecho puede ser compatible con el egoísmo al que conduce la selección natural en medios saturados de individuos? ¿Cómo ha podido la cooperación evolucionar alcanzando la abundancia que exhibe en la actualidad?»

Spoiler: por la capacidad de aprendizaje. «En muchas ocasiones la vida se transforma mediante el surgimiento de elementos previamente inexistentes e impredecibles, a partir de la información disponible».

Claro que es difícil aprender nada si nuestro cerebro está abducido por un estilo de vida estupefaciente. Y es que, como decimos desde la psicología, para superar una adicción es necesario reconocerla primero. Pero ahí están los «camellos» del «Mercado» ofreciéndonos mandanga en forma de créditos al consumo para adquirir en «módicos plazos» móviles que no se pueden pagar con un salario mínimo o televisores tan grandes que la escasa distancia que los separa del sofá impide ver la imagen entera.

Tecnologías de la comunicación y el entretenimiento estupefaciente, por cierto, para las que se estima un consumo energético en dos décadas equivalente a toda la energía que se produce hoy día. Ahí lo dejo.

Me aferro, en fin, a la esperanza de que esa capacidad de aprendizaje, tan desarrollada en nuestra especie, nos permita alumbrar una alternativa a esta competencia fratricida que tanto sufrimiento va a seguir generando. Porque como dice Gómez Portillo «la cooperación es la mejor estrategia cuando los individuos consideran la información disponible». Si se les proporciona y les queda tiempo y ganas de valorarla, añado.

La clave está en que la estrategia de cooperación se reproduzca y se extienda, teniendo en cuenta los estilos cognitivos de los que hablé en capítulos anteriores y la dificultad que supone superar los espejismos egoístas. Especialmente si se hace necesario cooperar para decrecer, si esta es la vía para garantizar la sostenibilidad de los recursos.

Eso requiere mucha pedagogía, que es la razón por la que soy tan pesado con este tema. Así que…

(Continuará)