El DRAE digital tiene una función divertida que hace anagramas con las palabras en vez de definirlas, es decir, busca otras palabras que se puedan formar reordenando las letras de la palabra consultada. ¿Y qué palabras se pueden formar con las letras de la palabra distensión? Solo una: sinsentido. Ya dije que era una función divertida. Y podría parecer que profética, porque se diría que lo de los indultos inició un auténtico sindiós. La medida busca distensión, pero los indultados salen de la cárcel gritando independencia con los puños en alto, la derecha cava trincheras, los empresarios olisquean con quién hay que llevarse bien, algunos monárquicos buscan las espinillas del Rey y los obispos muestran que cada vez que callan otorgan porque cuando quieren hablar hablan. Si Tejero hubiera quedado en coma en febrero del 81 y despertara ahora oyendo a los suyos gritar contra los golpistas y por la Constitución, no sabría hacia dónde dirigir el sable y probablemente entraría en brote. Lo dicho, aparentemente distensión y sinsentido solo se diferencian en la manera de colocar las letras. Pero en este episodio la realidad, como diría Borges, es pudorosa y se oculta en velos de apariencias. De hecho, creo que es un episodio de política exterior.
Eibl-Eibesfeldt tiene unas páginas muy sugerentes sobre el origen de la sonrisa humana. La sonrisa (no la risa) es un fósil del acto hostil de enseñar los dientes. Pero procede del gruñido del vencido. Habremos visto en nuestras trifulcas que es normal que el débil, cuando ya consiguió alejarse del fuerte, le eche un último insulto o tenga una última bravuconada. Ese último rescoldo de autoestima se hacía enseñando los dientes y nos quedó en el rostro como sonrisa. Todavía ahora si resbalamos y caemos en público nos levantamos sonriendo para encubrir la leve derrota de la humillación. No se puede hablar de derrota del independentismo (ni del Estado, por mucho que las portadas de la caverna deliren rendición del Estado, postración de España y otros colocones parecidos). Pero el procés salió mal, la comunidad internacional no respalda la independencia ni los pronunciamientos unilaterales, las cosas empeoraron en Cataluña y la población está fatigada. La acción política de quienes salen de la cárcel no va a encaminarse a una declaración de independencia, sino que se va a ser el tipo de acciones políticas que burbujean en un estado normal. Pero del resbalón se levanta uno sonriendo, mostrando los dientes en una última bravuconada, gritando independencia y exhibiendo un infantil «Freedom for Catalonia» de tebeo. Es la actitud que originó la sonrisa en la especie.
Los que claman que esto no arreglará el problema tienen razón. Lo que pasa es que no pueden demostrar cuánta razón tienen porque no pueden decir en voz alta cuál sería esa solución del problema catalán: que no hubiera independentistas. Y ciertamente los indultos no servirán para eso. Pero no creo que haya nada que sirva para eso, salvo la propuesta de esos vejestorios militares de fusilar a 26 millones de hijos de puta. Salvo que la solución en la que se piense sea una solución final, no hay solución para la tensión independentista y el conflicto de identidad nacional en Cataluña. Que no haya solución no quiere decir que no haya política posible, en el sentido noble de acciones que mejoren la vida y la convivencia de la gente. En la película The Imitation Game, Alan Turing pone como prueba para seleccionar matemáticos un problema que no se puede resolver en el tiempo que él concede. Lo que le importaba no era ver si podían resolver el problema, sino ver si sabían hacer algo útil ante problemas sin solución. La vida pública está llena de conflictos y problemas sin solución, pero con políticas posibles.
La derecha soltó todas las tracas precipitadamente antes de saber la hoja de ruta de Sánchez y ahora parecen moscas chocando atontadas con las ventanas. Los que quieren parecer más circunspectos se desgañitan por el imperio de la ley, como si los indultos quebraran alguna ley, y lo están haciendo sin guardarse nada. Veremos a esos mismos, porque serán los mismos, cuando algún tribunal de alguna parte procese al Rey emérito, cómo se las arreglarán para pedir que con Juanca la ley no sea un imperio. A la derecha se le puede volver en contra lo que tuvo a favor en las elecciones de Madrid. Ahora, por el cansancio de la pandemia, de Cataluña y de tanta bronca, la gente bebe con avidez cualquier discurso positivo que apunte a recuperación y normalidad sin jaleos; sí, a la libertad y a tomar algo sin líos. El indulto se está armonizando con el estado emocional de la gente y lo que va chirriando son las estridencias de patrias amenazadas por las fuerzas de la oscuridad.
La independencia de Cataluña es una cuestión de política exterior. Cataluña será independiente solo si lo reconoce el exterior y eso no ocurrirá mientras el Estado no quiera que ocurra. Pero la percepción del exterior puede subir o bajar el voltaje del problema catalán. El Gobierno de Rajoy debilitó mucho la imagen exterior de España con aquellas demenciales cargas policiales y aquella gestión desastrosa de la crisis. La justicia española también socava la percepción exterior de España por su propia ralea, por mucho que ahora llore Lesmes. La extradición de Puigdemont es imposible, y de hecho él anda libre y sin ocultarse, porque los términos en los que se solicita son irreconocibles en las legislaciones europeas, en ninguna parte se considera que lo ocurrido en 2017 sea lo mismo que una rebelión armada con una fuerza que pueda medirse con la del Estado.
Esa debilidad exterior daña a España y tensa más la cuestión catalana. Lo principal de los indultos no es Cataluña, es la política exterior de España. España restituye su crédito democrático. Europa tiene fuertes tensiones y aprobó unas ayudas monumentales al Sur porque necesita estable y leal al Sur. La distensión con Cataluña y el correspondiente apoyo desde Europa forma parte de las cortesías que se intercambian al hilo de los fondos de recuperación y de la estrategia geopolítica. Lo que hizo el Gobierno es táctica y escenografía. El Estado siempre gana: si Cataluña se distiende, el Estado se acredita. En cambio, si se encona, ahora será el independentismo el que sea percibido desde fuera como sectario.
Aunque parece el movimiento valiente y generoso de quien está dispuesto a perder intentando el bien, en la política interior es un movimiento de ajedrez y de propaganda. Sánchez confunde a la derecha y la desacopla con el estado emocional creciente de la gente, divide al independentismo y lo deja sin discurso inmediato, y refuerza el bloque de la investidura. Sánchez no tenía más remedio que abordar los indultos. Pero en lugar de tragarlo como un sapo, lo está tratando como estrategia.
El sentido común nos dice que razonamos para llegar a conclusiones. Estudios recientes explican que nuestra habilidad deductiva evolucionó en realidad como parte de nuestro arsenal comunicativo. Solemos razonar con una conclusión formada de antemano por motivaciones dispersas que no podemos resumir aquí. Lo que hacemos al razonar es hacer más transmisible esa conclusión previa e influir más en los demás. El de los indultos es un ejemplo cristalino. La mayoría tendrá una opinión dictada por las ganas que tenga de bronca o de tranquilidad, por la apetencia que tenga de que caiga el Gobierno o que se mantenga, o por cosas parecidas. Después se razonará la conclusión que ya se tenía formada.
Con estas advertencias hay que tomar nuestras conclusiones. Los indultos son la condición de cualquier cosa útil que se pueda hacer en Cataluña. Son además justos y corrigen el desquiciamiento con el que el Estado había reaccionado al desquiciamiento nacionalista. Que distensión y sinsentido se escriban con las mismas letras es divertido, pero no tiene valor descriptivo ni profético. El sinsentido está solo en el guirigay de las apariencias. Sí hay distensión.
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