Todos hemos recibido en nuestra casa visitas esperadas, programadas de antemano, y visitas inesperadas, agradables o indeseables. Oportunas, porque nos encuentran acicalados y en perfecto estado de revista, e inoportunas, porque nos pillan en bragas y con los cacharros acumulados en el fregadero. Y hay visitas que anhelamos fervientemente y nunca, para nuestra frustración, suena el timbre.
A esta última categoría, la del primo rico de América que debería llegar para arrancarnos de la miseria, pertenece la descrita por Luis García Berlanga en su obra maestra: Bienvenido, míster Marshall. El Plan Marshall, diseñado para levantar la paletilla a los países europeos destrozados por la guerra, pasó a toda prisa, sin detenerse, por Villar del Río. Por cierto, existe en la película una escena censurada que no sé por qué me recuerda al Zapatero que retiró las tropas españolas de Irak: la bandera estadounidense hundiéndose en la acequia.
La visita indeseable se produjo en la noche del 23 de agosto del año 2012. Varios hombres de negro, representantes de la Troika, venían a cobrar la factura del rescate a la banca. No a descuartizarnos, como en El mercader de Venecia, pero casi. En aquel entonces, como castigo por haber vivido por encima de nuestras posibilidades, se nos obligó a apretarnos el cinturón: devaluación salarial, recortes en sanidad y educación, congelación de las pensiones y otras menudencias. La austeridad como receta infalible para acentuar la crisis, enterrar la generación que dejamos en la cuneta y retrasar la recuperación.
Y ayer, por fin, después de tan nefastos precedentes, recibimos una grata visita. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, estrenó su pasaporte covid para explicarnos personalmente que Portugal -donde antaño los hombres de negro se movían como Perico por su casa- y España han superado el primer examen para acceder a los fondos europeos. Y recordar, de paso, un hito histórico que se produjo esta semana: por primera vez, la Unión Europea emitió deuda conjunta y solidaria para financiar los planes nacionales. Bruselas obtendrá este año en los mercados, a tipos de interés irrisorios, 80.000 millones de euros, de los cuales 19.000 millones, casi la cuarta parte, constituirán el anticipo a cuenta de España.
Esta vez, Europa, la vetusta y lenta Europa, ha tomado la senda correcta. En un doble sentido. No solo apuesta por la expansión inversora, como aconsejaba Paul Samuelson al inicio de la crisis del 2008 -«construyan carreteras y puentes, aunque no vayan a parte alguna»-, sino que pretende modificar el modelo económico. Convertir el drama de la crisis en una oportunidad para edificar una economía competitiva y sostenible. Construir puentes para cebar la bomba, pero haciendo también que los puentes vayan a alguna parte: hacia la digitalización y la lucha contra el cambio climático como objetivos prioritarios.
Como la visitante solo trae buenas noticias, solo cabe recibirla como se merece. Bienvenida, Ursula. Está usted en su casa.
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