La venus y el bisonte

OPINIÓN

Cristina Coto
Cristina Coto

15 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Es hasta cierto punto divertido que la «Venus» de Deciversa (Israel Sastre e Inés Álvarez), expuesta en la Fábrica de La Vega durante la Semana Profesional del Arte, haya sido objeto de diatriba a manos de Vox. Si no han tenido oportunidad de ver la instalación artística presencialmente, búsquenla en las redes o pregunten a quien sí haya disfrutado de la experiencia visual. Hay quien dice que la idea es tan primaria y conocida (la divinización de la voluptuosidad femenina, la reverencia ante un cuerpo desnudo y redondeado y la referencia abierta al culto religioso) y nuestra mirada está tan acostumbrada y desgastada, que no hay transgresión ni atractivo posible, ni aunque se buscase deliberadamente. Puede que el motivo no sea novedoso, pero la combinación de un especialísimo espacio (un taller de la vieja fábrica dedicado a la obra), la cristalera de fondo y su trasluz, el canto de los pájaros en el vergel que evoca el paraíso perdido y la figura suspendida en el aire de la «Venus», son poderosos, suficientes y sencillos reclamos para conectar con tantas cosas que forman parte de nuestro acervo cultural y, claro está, de nuestros instintos; y eso basta para que funcione muy bien, para casi todos los públicos, dejando recuerdo.

La «Venus» no es «El origen del mundo» ni falta que le hace. No estamos en 1866, pero parece mentira, sin embargo, que todavía haya escandalizados. Aunque la obra del francés todavía es perseguida por los gestores de las redes sociales que quieren evitar que las fotografías de los turistas del Museo de Orsay capturen el irremediable selfie junto a la obra maestra, proscrita por Facebook y adláteres, que no hacen distingos. Eso sí, la «Venus» difícilmente acabará en manos de un psicoanalista, como la pintura de Courbet (propiedad de Jacques Lacan hasta 1995, mismo año en el que acaba en el patrimonio de la República Francesa). Entre otras cosas porque ya casi no hay psicoanalistas a la vieja usanza y lo freudiano ha perdido casi todo el prestigio.

El caso es que, en esta época de sobredosis de pornografía y penuria de erotismo, en el que, además, puedes darte de frente con el puritanismo en sus distintas, nuevas y contradictorias expresiones, alegra encontrarte con la «Venus» en La Vega (¡y alegra más que sea allí!), en una exposición incluida en la programación de una Fundación Municipal de Cultura de un gobierno de derechas. En una ciudad en la que, pese a todo, se puede sobrevivir airosamente sin compartir el tono levítico y provinciano que el bunker local preconiza, por suerte sin todo el éxito que quisieran. 

Dice Vox que la obra representa una ofensa para una «ciudad cristiana» y que hace falta «supervisión» de la muestra artística, por no decir «censura», que (de momento, todo se andará) queda muy feo. Que Oviedo albergue de forma abierta y tolerante una representación de multitud de cultos religiosos, que no tengamos religión oficial alguna, que una parte no pequeña de sus habitantes vivan al margen de credos reglados o no reglados. Y, sobre todo, que la sociedad sea lo suficientemente madura como para admitir representaciones y expresiones artísticas que utilicen pacíficamente materiales provenientes del magma de las devociones humanas, eso importa menos a los nuevos guardianes de la fe, espontáneos a los que ni siguiera ha incitado a intervenir el Arzobispo (y eso que a éste le va la marcha dialéctica, como es evidente). En los tiempos que corren, sólo con denodado esfuerzo en el engrandecimiento de la mezquindad personal puede llegar uno a sentirse ofendido por la «Venus».

La parte menos amable de esta historia, sin embargo, es que Vox quiere representar, aunque sus propios portavoces locales apenas se crean esta clase de desbarres, el papel del fundamentalismo agraviado, que, ciertamente, vende y moviliza mucho en medio mundo, y al que nadie es del todo ajeno. Y piensan que les irá de perlas aprovechando la oportunidad. Espero que se equivoquen de punta a cabo, clamando contra la blasfemia supuesta (y es mucho suponer), creyendo que ganan adeptos con ello. Aunque, en la era de las identidades cerriles y del bisonte en el Congreso, cabe temer que sus cálculos sean más acertados de lo que pensamos.