Pedro Sánchez se la jugó cuando llevó el no es no a Rajoy hasta el extremo y renunció a su acta de diputado. Más tarde, arriesgó de nuevo al lanzarse a la disputa de la secretaría general en unas primarias en las que no solo se enfrentaba a Susana Díaz, sino también a los dos expresidentes del Gobierno socialistas, al aparato de Ferraz, destacados barones y los poderes económicos, financieros y mediáticos. Los militantes le dieron el triunfo contra todo pronóstico. También apostó fuerte al pactar con Iglesias el primer Gobierno de coalición de la democracia, sustentado, además, en la abstención decisiva de ERC y Bildu, convertidos en socios indeseables. Luego llegó una devastadora pandemia que parecía podría llevarse por delante al Gobierno. Resistió. Las encuestas no mostraban desgaste. Su primer gran fiasco, debido a un lamentable error de cálculo y estrategia, fue la frustrada moción de censura de Murcia, que dio paso a las elecciones en Madrid, precipitó la desaparición de Cs y proporcionó una victoria aplastante a Ayuso. Allí empezó a cambiar su suerte. En esta situación de alerta roja, llega la gran polémica sobre los indultos a los presos independentistas, que ha vuelto a reunir a la coalición contra lo que llaman despectivamente sanchismo, a la que se ha añadido el Tribunal Supremo, con un demoledor informe que va más allá de la valoración jurídica para entrar en la política. Es la jugada más arriesgada de Sánchez en la legislatura, una medida impopular que está provocando desconcierto incluso en una parte de los votantes socialistas, y puede tener un alto coste electoral. ¿Logrará superar este desafío autoimpuesto haciendo gala de su capacidad de resiliencia o será el golpe definitivo que tanto ansían sus muchos enemigos?
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