A comienzos de año la editorial Penguin Random House publicó el volumen Viral. La historia de la eterna lucha de la humanidad contra los virus, del neurooncólogo español Juan Fueyo, que trabaja en Houston diseñando virus contra el cáncer. En la página 26, Fueyo escribe: «Los virus nos acechan desde la mortal oscuridad de nuestra ignorancia». Esta afirmación la encajamos, naturalmente, en el presente estado pandémico español que, por geografía, es una península y dos conjuntos de islas y dos ciudades africanas pero que, políticamente, es un archipiélago de islas e islotes en guerra cultural e identitaria, característico de quienes conviven a garrotazos goyescos.
Este coronavirus que se desliza por las vías respiratorias bajas y convierte los pulmones en piedras es el garrote más contundente que los políticos están utilizando para defender o conquistar el poder. El episodio más siniestro fue el de las elecciones madrileñas, en las que la falaz y canalla apelación a la libertad (o lo que es lo mismo: la genuina variante «Ayuso» del covid-19) aplastó en las urnas a la verdad, la vergüenza, la virtud y la decencia. Y desde el pasado día 9, pudiendo cada isla o islote pedir un nuevo Estado de Alarma (Íñigo Urkullu, por ejemplo, que tiene a su región a la cabeza de la infección), lo desechan para que los votantes no les pasen factura. Y ello sin arruine la responsabilidad de Pedro Sánchez, que bien podría haber prorrogado un mes más ese estado para el necesario incremento de población inmunizada, pero que desestimó por las consecuencias que para él pudiera tener en el futuro el éxito de la «libertad ayusiana».
La manipulación de los poderes al común de los ciudadanos está siendo posible por la inmensa ignorancia a la que aquellos han conducido a estos. Purgada a propósito la educación en la razón crítica, al común no le queda otra opción que descender al lodazal sociopolítico y mediático. Así, inerme, inhabilitado, las personas tendemos a conducirnos, aun inconscientemente, con la agresividad y la inquina que repetitivamente vemos y oímos. Tan amplificada por unas redes que, todavía peor, retuercen los hechos, los inventan y los envenenan, al punto que no sería exagerado decir que habitamos un nicho envenenado.
Juan Fueyo denomina «virosfera» al cuasi infinito en número mundo de los virus, y no descarta que hayan sido los promotores de la vida hace unos 4.000 millones de años y que sean pronto quienes desencadenen una mortandad de entre uno y dos tercios de la humanidad. Fueyo no se cansa de recordarnos a lo largo del libro que lo invisible a simple vista es lo más destructivo de lo visible, nosotros y el resto de formas de vida macroscópicas, y que, por tanto, cada uno de nosotros debe ser cuidadoso consigo mismo y con los demás, porque, además, como afirmó el divulgador estadounidense Carl Zimmer, la Tierra es «el planeta de los virus», no el de los hombres.
(Louis Pasteur: «El papel que desempeña lo infinitamente pequeño en la naturaleza es infinitamente enorme»).
Comentarios