Simulación de libre albedrío, derrota del pensamiento y exoesqueleto europeo

OPINIÓN

Pedro Sánchez y Pablo Casado, momentos antes del inicio del debate electoral de las generales del 2019
Pedro Sánchez y Pablo Casado, momentos antes del inicio del debate electoral de las generales del 2019 JUAN CARLOS HIDALGO

15 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Quizá no hayan visto la versión de 2014 de Robocop. Tras las mutilaciones sufridas por una bomba, casi todo el cuerpo del agente Murphy es una prótesis robótica computarizada. Murphy con cuerpo de robot pasa a llamarse Robocop. Pero es más lento que los robots porque sus decisiones son complejas (humanas), así que lo rediseñan. Cuando alcanza el estrés de combate, el software se hace cargo de la conducta y desaparecen las decisiones y emociones de Murphy. Lo interesante es que el software manda al cerebro de Murphy una simulación que le hace sentir que él sigue tomando las decisiones con normalidad. El programa genera una simulación de libre albedrío y Murphy sigue creyendo que actúa él.

No es cosa de ciencia ficción. Ya tenemos ese invento y se llama lenguaje. La propaganda reaccionaria se basa en bulos. Son afirmaciones breves, fáciles de repetir, cargadas de odio, que mienten con desmesura y que desquician la convivencia por acumulación. Son expresiones como que los políticos suben los impuestos para subirse los sueldos, Irán financia a Podemos, Podemos nos llevará a Venezuela, el Coletas es una rata, Sánchez quiere romper España, el Gobierno es ilegítimo, la República provocó la guerra civil, ETA está más activa que nunca, Sánchez humilla a las víctimas, esto es una dictadura socialcomunista…

Quienes repiten estos disparates, en sede parlamentaria o acodados en la mesa del chigre chupeteando un palillo, sienten palabras deslizándose por su boca y así tienen la sensación subjetiva de estar pensando, como si esas palabras que dicen fueran suyas y expresaran ideas. Y la contundencia con que repiten el bulo incluso les hace sentir que están informados y con las ideas muy claras. En realidad los bulos son injertos diseñados por los propagandistas que simulan pensamiento y libre albedrío, como el software de Murphy. Sienten que están pensando porque están hablando y el lenguaje crea pensamiento tanto como lo finge. Los bulos son odio en píldoras que necesitan propagarse y lo bueno es que los adversarios colaboran en ese propósito. Cuando uno se indigna ante un disparate, rápidamente lo comparte con quienes van a acompañarle en su indignación o, peor aún, razona su falsedad. Además es muy agradable tener razón. Una burrada de Abascal confirma la razón que tenemos en considerarlo un burro y por eso nos complace compartir esa burrada que nos da la razón. Y así el bulo se repite y hace su efecto mefítico.

El odio y la polarización anulan la racionalidad y los bulos son los injertos que simulan la racionalidad perdida. Con el odio que inoculan, además de la agresividad y mal gusto, llega a raudales la desvergüenza. No hay que olvidar que los bulos son amnésicos y acostumbran a sus consumidores a la desmemoria. La memoria es necesaria para la coherencia, la lealtad, la gratitud, la justicia y muchas otras cosas buenas, y sin ella solo cabe la desvergüenza. Las juergas ostentosas que celebraron el fin del estado de alarma fueron una imagen casposa, atrasada y cutre del país. Pero tuvieron el efecto de caricaturizar el mensaje de Ayuso jaleado por todo el PP y sus bufones mediáticos. Con independencia de la intención de los juerguistas, que supongo que se limitaba a ir de juerga, las escenas se parecían demasiado a la libertad de cañas y toros que resistía a la dictadura socialcomunista. Se parecían tanto que provocaron el pudor de la desnudez. Y no les ayudó ese subconjunto de tarados que acompañaban la burla ruidosa de las precauciones sanitarias con gritos de «soy español, español» o «Coletas muérete». Nagel escribió un artículo sobre la imposibilidad de saber qué se siente siendo murciélago y creo que podría escribir otro sobre la imposibilidad de intuir cómo es la vida cerebral del que grita con tanto arrojo «Coletas muérete».

Y entonces crece esa desvergüenza que solo se alcanza asumiendo que la gente se columpia en la desmemoria, el odio y la irracionalidad. Así Casado se atreve de golpe a fingir preocupación sanitaria, no por el desmadre a la madrileña, sino porque Sánchez no mantenga el estado de alarma, el que ellos combatieron cuando había que reservar los ascensores de los hospitales para bajar los cadáveres. La misma desvergüenza lleva ahora a Ayuso a «investigar», no las residencias de mayores, sino Barajas, por donde entró menos de la centésima parte de los contagios. El trastorno de la vida pública, no provocado por unos y otros, sino por unos, borra los límites del mínimo rigor y respeto a la inteligencia. Antonio Caño suelta con alegría que los seguidores de ideas y métodos de Trump en España son Sánchez y la izquierda. Savater nos endilga que a la democracia contribuyeron los fascistas tanto como los comunistas haciendo unos y otros lo mismo: dejar de serlo. Es decir, cada uno hizo su parte: unos dejaron de perseguir y matar y los otros dejaron de huir y morir, fue un trabajo en equipo. Casado dice que la República, es decir la democracia, dividió a los españoles. La derecha pide enterrar el pasado removiéndolo y falseándolo.

No hay disparate que no encuentre acomodo. La sensación de urgencia y a por ellos enrarece tanto el ambiente que parecemos haber perdido la brújula de la normalidad. No es fácil entender la frivolidad con que se duda de cuáles son nuestros derechos fuera de un estado de alarma, estado de excepción o estado de guerra. Quien escribe tiene cosas elogiosas que decir de la forma en que Pablo Iglesias se apartó del Gobierno y la política (pero de Iglesias habrá que hablar monográficamente) y se encuentra muy satisfecho del ascenso de Yolanda Díaz. Pero también se encuentra perplejo por la normalidad con que Díaz pasó a ser líder por decisión directa de Iglesias, sin haber sido siquiera candidata a tal condición ante el partido. La normalidad de lo anormal es indicio de desquiciamiento.

Siempre percibí a la UE como un exoesqueleto de España, algo exterior que la mantiene con la forma de un estado democrático. Lo que viene de fuera ahora es la operación geopolítica de Francia y Alemania por la que destinaron esos fondos que nos dan una oportunidad de no hundirnos. Viene de fuera la agenda medioambiental, la presión para el estado de derecho y una posición marcada en una nueva guerra fría. Y viene también un neoliberalismo que perjudicará los derechos de la mayoría, pero momentáneamente atemperado por la necesidad de una fase de mayor justicia fiscal para que el sistema recupere algo de equilibrio. Esto último viene de Bruselas, pero también de EEUU y FMI. Lo previsible es que, a pesar del desquiciamiento interno, la evolución del país sea la que marcan esos moldes, para bien y para mal. La sensación es que sin esos moldes, sin el exoesqueleto europeo, España estaría en riesgo de perderse en procesos autodestructivos.

Pero no es cuestión de idiosincrasias, de que somos así y que si nos dejan solos tendemos al garrotazo. Esas idiosincrasias son chorradas. Aquí hubo una dictadura y una transición que quedó a medias. Quedó en el limbo la forma de asimilar colectivamente los crímenes y persecuciones de la dictadura. La Jefatura del Estado estaba viciada de origen. La oligarquía económica crecida en el franquismo mantuvo su poder. La Iglesia y sus privilegios sigue siendo una anomalía. El relato es aquello con respecto a lo cual tendemos a ser coherentes. España no puede tener un relato nacional. La derecha nació con la semilla del relato franquista dentro y la transición incompleta permitió que esa semilla creciera en las prácticas autoritarias y populistas actuales. El choque de relatos es inevitable mientras la transición no se complete y todo el mundo haga sus deberes democráticos con la memoria y la historia. Estamos en un momento desquiciado que evolucionará según se concentre nuestra atención en las distracciones circenses populistas o en lo esencial. Como dijo elocuentemente Enric Juliana, la política es una lucha entre técnicos de iluminación.