El día 2 de mayo vi a Ángel Gabilondo reivindicando la Ilustración: «La libertad, la fraternidad y la igualdad es la trinidad ilustrada de todo hombre y el precio para transformar la sociedad. No existe la una sin la otra».
Tenía razón. La libertad para poder llenarla de ocurrencias es la nada absoluta. Me caben pocas dudas de que los madrileños han votado a quien decidió no cerrar o no cerrar mucho más que a un concepto vacío de significado y, hay que decirlo, bastante ridículo en boca de quien ha estado esgrimiendo la palabra estos días a todas horas.
No me interesa desgranar aquí las que creo son las razones por las que la derecha ha arrasado Madrid e incluso ha ganado las elecciones. Lo que me interesa es la cantidad de análisis de retrete que en cuestión de horas han llenado las redes sociales: el resumen es que los obreros somos tontitos y como tontitos deben hablarnos para que podamos entender los mensajes de los políticos de izquierdas, dada la complejidad apabullante que suelen manejar.
Los pobres, los obreruchos, los que carecemos de estudios superiores, tenemos un cerebro. Y podemos entender mensajes complejos. Cada vez que algún iluminado a la izquierda se queja de que solo podemos entender lo que sale en programas del corazón, o que somos borrachos y pendencieros, pues todo el mundo sabe que ningún universitario ha bebido alcohol jamás, estás alejando la posibilidad de obtener sus votos.
Sé que esto no es popular, pues se ha extendido la opinión de que somos tontos irrecuperables, y que de nuestra irreversible condición solo nos podemos dar cuenta a base de paternalismo titulado. Pero yo prefiero a un político que reivindique la Ilustración, algo que me emocionó sinceramente, y que cite a Kant. Gabilondo ha hecho lo que ningún otro candidato ha hecho, y es no tomarme por tonto. Suponer que soy, que somos, inteligentes. Que puede hablarnos de tú a tú sin paternalismos. Sé que esto, y lo del día 4 así lo atestigua, no sirve para ganar elecciones. Pero con todo, lo agradezco. Es la única esperanza: saber que todavía hay gente que no me toma por tonto. No mucha, pero la hay.
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