A las madres

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

I VALERIO

02 may 2021 . Actualizado a las 10:01 h.

De la madre del cordero a la madre que te parió. Va por todas las madres. Tienen el trabajo más duro. El que de verdad es 24 por 7 y por 365. 24 horas de guardia, siete días a la semana. Todas las semanas del año. Al que nunca se puede renunciar y, si se renuncia, el coste vital es terrible. No tienen comité de empresa que pelee por ellas. Están solas ante el peligro. El peligro que demasiadas veces lo tienen en su propia casa.

Hoy, que es el día de la madre (ya sé que todos los días deberían ser el día de la madre), recuerdo unas líneas que acaba de publicar en su última novela Milena Busquets, muy adecuadas. Cuenta la autora en su libro Gema que ella era Milena, la hija de Esther Tusquets, hasta que fue madre. Luego sucedió que su identidad se fue diluyendo y se fue dando cuenta de que pasaba a ser la madre de Marc y Óscar, como su madre había dejado de ser Esther Tusquets para convertirse en la mamá de Milena. Esa anulación es otra injusticia que sufren por haber decidido emprender la aventura más alucinante que se puede hacer en esta vida: que es tener un hijo. Hasta esos extremos llega el desprendimiento del amor de madre.

No hay manual de instrucciones para llevar a un chaval. No lo tenemos nosotros ni lo tienen ellas. Pero no seamos fariseos, son ellas las que se comen la mayoría del curro de los críos. Desde que se quedan embarazadas. Son ellas las que ven cómo se transforma su cuerpo para dar a luz. Son ellas las que están con las piernas abiertas en el paritorio, por mucho que ahora algunos valientes pasen con un gorrito azul o verde a darle la mano y ver el espectáculo del parto.

Un poco, un poco muy mínimo, han cambiado las cosas. Ahora los hombres hacemos algo. Pero nada más. Las madres que fueron nuestras abuelas no tuvieron ni la más mínima ayuda. Sostuvieron el hogar dejándose la piel en ello sin pedir nada a cambio. El hombre trabajaba fuera. Y ellas hacían el resto, que era casi todo. Recordemos que estas abuelas se hacían cargo de familias numerosas, donde contar siete o diez hijos era habitual. Nuestras madres llegaron detrás y poco les cambió el cuento. Trabajaron millones de horas en el hogar sin cotizar una peseta. No tenían diez hijos, pero sí cinco o siete. Cuando los hijos crecíamos y nos íbamos, nuestras madres se enfrentaban al nido vacío. Del todo a la nada. Nunca se le devuelve el suficiente amor a una madre. Jamás. Siempre estás en deuda. Cuando la paseas, ya mayor, en su silla de ruedas, sabes que estás empujando esa roca, esa montaña mágica que hizo posible que respires. Pero, incluso así, son ellas las que aman más a sus hijos, que al revés. Esta frase solo se entiende del todo cuando se es madre o padre.

En teoría, decía, las madres de ahora reciben algo de nuestra mínima colaboración. Son más fuegos artificiales que otra cosa. Las madres de hoy lo dan todo en casa y en el trabajo. Se tienen que desdoblar, que multiplicar. Siguen siendo mayoría en las reuniones de padres en el colegio (¿por qué ya no las llaman reuniones de madres, que es lo que son?), son mayoría aplastante en los parques infantiles, sin contar a los niños, claro. En un país donde los hombres aún hoy ponen una lavadora y lo vocean como si hubiesen desembarcado en Normandía, qué quieren que les diga. Va por vosotras. Va por ti, que haces todavía desde tu silla de ruedas que mi mundo gire.