El escueto comunicado triunfal de los equipos que quieren poner en marcha una Superliga europea es, en efecto, triunfal. Por desgracia, tan triunfal como el parte de Burgos, de abril del 39. Ya sé que sangran, cándidos y hasta hermosos, por sus heridas los románticos, los fans de sus colores, los nostálgicos de los jugadores de club, pero todo eso ya no existe.
Aquí se discutirá quién se reparte la pasta. Lo demás son boleros. No hace falta tener un corazón de hielo o dormir dentro de una nevera, para ser realista y saber que los himnos hoy por hoy no son más que boleros.
La pelea, a la que se han sumado hasta Boris Johnson y Macron (los dos a favor de los que van a perder), solo tiene el recorrido de que la UEFA negocie cómo salva los muebles. Siempre amenaza el que sabe que va a palmar. Claro que es una operación oscura la orquestada por Florentino Pérez y Agnelli. Es fácil caer en la tentación de ponerse magnífico y defender algo tan obvio como que, con una Superliga manejada por los grandes, se cargan el principio de mérito y de competencia. Pero el fútbol mueve una cantidad tan absurda de dinero que ya llegan tarde los que pretenden una democracia del balón. Democracia falsa, por cierto. No son la UEFA ni la FIFA ejemplos de transparencia.
Esto va de cajas. Está cerca el momento en el que todo se manejará solo por la caja de caudales, y las otras cajas serán los metafóricos ataúdes para los equipos de países que tendrán casi imposible llegar a jugar alguna temporada la reluciente competición, que, en un ejercicio de generosidad, reserva cinco plazas para meritorias naciones comparsas.
Es entrañable que a todos nos entre un amor coral para que el Shakhtar Donetsk ucraniano no se quede, por favor, fuera de la Champions. Relean los amantes del pasado el palmarés de la Champions, sus semifinales. Verán que las fisuras apenas existen. El recitado de los equipos es casi justo el de los que han dado el paso de quedarse el negocio, porque el negocio hace tiempo que es suyo. Se han cansado de compartirlo con un supuesto jefe, la UEFA, que ponía las normas y los silbatos. Era cuestión de tiempo que los que pagan las millonadas a los jugadores quisieran administrar ellos las millonadas y no las soldadas que les daba el emperador de turno en la UEFA.
Me parece tierno que surjan voces enamoradas del fútbol de cantera, que tampoco existe (solo en una aldea poblada por irreductibles vascos), calificando de latrocinio el proyecto de una NBA del balón en Europa, cuando, en realidad, la Superliga llega tarde. Lo único que pueden hacer los que van a perder, UEFA, presidentes de países que defienden a los hinchas porque son votos y demás nostálgicos, es intentar el mejor acuerdo posible. O retrasar con aspavientos lo que acabará por salir. El corazón es una alcachofa, lo dijo Marcel Proust. Para el dinero, todo tiene precio.
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