
Créame si le digo que más de uno se está tronchando de lo que pasa con las vacunas, y pese a que la gente sigue muriéndose, no debemos culpar a estos jocosos amigos. El humor negro, esa agudeza socarrona tan española, no aparece sólo cuando nos habituamos al peligro sino también cuando nos cansamos de las tragicomedias como la que nos toca vivir, por ello una pizca de humor creo que está totalmente justificada.
Con su consentimiento permítame desbarrar sobre el tema. A todos les habrán llegado chistes sobre la vacuna de AstraZeneca, sino es así, espere, es cuestión de tiempo. La cuestión es irónica, por un lado, se concede potestad total a las autonomías, por otro se desaprueban sus iniciativas, -contradicciones de la política- Pero, como: «En todas las casas cuecen habas; aunque en la nuestra, a calderadas», en Europa también pasan cosas extrañas. La Agencia Europea del Medicamento asegura que la vacuna de AstraZeneca es, digamos… «adecuada». Por esta razón anima a todos los países a su consumo. Como podrán suponer los países ajenos a la UE hacen caso omiso a estas recomendaciones.
Aunque Europa, ajena al desconocimiento que el resto del mundo tiene sobre ella (el 40% de los norteamericanos no tiene ni la menor idea de Europa), continúa pensando que es el faro del mundo, una piña cohesionada y coherente en la que cada estado hace… lo que le da la gana. Veamos un ejemplo: Inglaterra, ahora fuera de la Unión Europea, es la que más caso hace a Europa -absurdos de la vida- y no escatima en inocular el suero a diestro y siniestro. -¿Será porque ellos fueron sus creadores?-. Alemania, en cambio, sólo vacuna a los mayores de 65 años, -¿pragmatismo teutón?-, ¿y los españoles? Pues por motivos que escapan a nuestro inexperto entendimiento y también al de los germanos no tan profanos, lo hace a menores de 65 -¿cómo…?- Para terminar con la bufonada los franceses, tan diplomáticos como siempre, aplican todas las políticas y ninguna a la vez, y con un par dicen más o menos: «Vamos a administrar la vacuna, pero en un futuro pensaremos en retirarla…» -¡Como ven, una perfecta sintonía…, mi madre, qué miedo!-
Desde luego, la lógica nos dice que no hay por qué preocuparse, sólo puede haber un caso grave entre 100.000, -más o menos la posibilidad de que nos caiga un rayo en la cabeza-, o dicho de otra forma, la misma probabilidad que nos promete el calvo de la lotería, aunque en este caso todos tenemos la ilusión de que nos toque.
Ya ve querido lector, a tenor de la estadística no puede ni debe tener miedo… sólo es cuestión de matemáticas. Por todo ello y siguiendo el mismo razonamiento, -no juegue más a la lotería, aunque el Estado en esta ocasión le prometa lo contrario… no le va a tocar-.
Regresando a la seriedad del tema, tenemos que admitir que la gente tiene mucho miedo. Recordemos que este sentimiento funciona casi siempre por otros mecanismos ajenos a la razón, y es precisamente esa lógica absurda la que nos aterroriza. Después de dos años de dimes y diretes, de confirmaciones y desmentidos y de indigestas cantidades de información vacía, no me extraña que muchos no se fíen de nada ni de nadie. Lo que más me asombra es cómo seguimos conservando la confianza en el sistema.
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