La palabra libertad puede que sea uno los vocablos más utilizados en prácticamente todas las lenguas del mundo para diversas cuestiones. La RAE, en una de sus acepciones, la define como «derecho de valor superior que asegura la libre determinación de las personas» (en un sistema democrático). No son pocas las veces a lo largo de un día que la escuchamos en diferentes campañas publicitarias, en los mensajes políticos de todo signo (Ayuso la está empleando en su campaña electoral) y, por si no fuera poco, nosotros mismos la pronunciamos en infinidad de situaciones y momentos.
Llevamos un año de pandemia y a través de la figura constitucional del Estado de Alarma se nos han ido marcando las pautas y los pasos a seguir. No han sido pocas las discusiones, sobre todo en el ámbito político, para amparar jurídicamente medidas restrictivas. La última orden tiene que ver la nueva normativa que nos obliga a llevar la mascarilla en todo momento (aunque no tengamos a nadie a nuestro alrededor). Tal ha sido el reguero de comentarios críticos que parece que algunas autonomías están buscando un salvoconducto con el que no hacer cumplir a rajatabla esta norma (por ejemplo, cuando se esté disfrutando de la playa).
Creo que lo peor de todo es cuando se genera confusión con situaciones que deberían ser lo más parecidas posibles y, sin embargo, funcionan de manera distinta. La visita de extranjeros (especialmente a Madrid de franceses y de alemanes a Baleares) debería ser positiva si estuviéramos ante una Semana Santa normal, pero en el actual contexto es difícil de entender que en sus países estén con medidas muy restrictivas para controlar la situación y que ello no les impida que su movilidad por España sea más sencilla que para quienes vivimos aquí (que no podemos ir de una comunidad a otra por los cierres perimetrales). Además, estos turistas confiesan cuando les preguntan los periodistas que vienen a nuestro país porque hay más libertad que en sus países de origen, sobre todo para consumir en locales de hostelería (quedan muy mal parados con las imágenes difundidas en las que se les ve en la calle cuando no está permitido, sin mascarilla ni distancia de seguridad).
Otro tema que parece que no cesa semana a semana son las personas que hacen fiestas en pisos (como si las normas no fueran para ellos). Ocurre además que se ha abierto todo un debate jurídico ante la polémica de si la Policía tiene la posibilidad, sin contar con permiso judicial, de tirar la puerta abajo para supervisar que no hay más personas de las debidas en su interior. Podemos estar ante un resquicio legal que tienen los que no quieren cumplir con las normas. A veces las normas dictadas por las autoridades sanitarias no pueden tapar todos los flecos y, por lo que dicen prácticamente todos los expertos, en este caso se pueden ver beneficiados por la actual legislación (aunque estén incumpliendo dentro de esas viviendas el número de personas que pueden estar).
Aunque para esta Semana Santa se ha cambiado notablemente lo que se puede hacer y lo que no con respecto a la última Navidad (quedaba muy abierta la interpretación de lo que era un «allegado»), lo que debemos entender es que la lucha contra la COVID es tarea y responsabilidad de todas y de todos. Urge evitar esa cuarta ola que nos amenaza para que la situación se controle y podamos recobrar la libertad plena más pronto que tarde.
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