Como quien camina por una ruta marcada, Ciudadanos transita por la misma vía que el Centro Democrático y Social siguió en los últimos años de la década de los ochenta y en los primeros de los noventa. Cambios bruscos en la política de alianzas, dimisión del líder icónico y huida de destacados militantes hacia los grandes partidos. A la organización de Inés Arrimadas se le está poniendo un rictus de CDS que nada bueno aventura.
El grave problema, existente entre los naranjas tras las últimas elecciones generales, se ha convertido en crítico desde el anuncio de la -ya fallida- moción de censura en Murcia, perfecto casus belli utilizado por la popular Díaz Ayuso para romper su alianza con Cs y convocar elecciones a la Asamblea de Madrid, además de generar malestar y desconfianza entre quienes gobiernan en coalición PP-Cs en otras autonomías y ayuntamientos.
Este paulatino viaje a la absoluta irrelevancia de los de Inés Arrimadas no es una buena noticia para quienes creen en la utilidad de un partido constitucionalista de centro, capaz de dar estabilidad a gobiernos tanto de derecha como de izquierda. Importante misión siempre mal pagada por el elector.
El PP hace un incompleto análisis de la situación si se limita a celebrar el puñado de votos que puede recuperar con la extinción de Cs. Las mayorías absolutas hace tiempo que se fueron y su vuelta no parece cercana -ni todas las Comunidades Autónomas son Galicia, ni todos los cabezas de lista populares son Núñez Feijoo-. En este escenario, donde el entendimiento con el PSOE se aventura imposible, al centro-derecha de Casado le tentará mirar hacia la extrema derecha. En Vox saben que, en principio, sin ellos el Partido Popular no catará poder. El apoyo se cobrará muy caro.
Pensar que es mejor estar en la oposición con la dignidad de mantener los principios que ocupar el gobierno con compañías de dudoso compromiso con el régimen de libertades, es una ensoñación romántica ajena a la política patria de estos días. Si el Partido Popular abre las puertas de los consejos, de las juntas de gobierno de comunidades autónomas y consistorios a la formación de Santiago Abascal, caerá en el mismo error que el PSOE cometió con Podemos y abrirá una crisis de ubicación ideológica de inciertas consecuencias.
La historia de Europa nos demuestra cómo populistas y radicales -a diestra y siniestra- han sido aupados al gobierno por grandes partidos en posición de debilidad, incapaces de acordar mínimos con la principal fuerza política alternativa; el resultado siempre es el mismo: la libertad padece.
La Comunidad de Madrid, después del cuatro de mayo -quién sabe-, puede ser una nueva oportunidad. Quizás el reflexivo Gabilondo y la impulsiva Díaz Ayuso sean capaces de demostrar que el más que probable fin de Cs no conlleva la desaparición de un espacio político de centro, que los extremistas no tienen por qué ser decisivos.
¿Improbable? Churchill, que de alertar del peligro de los radicales sabía mucho, dijo que no parecía muy útil ser otra cosa que optimista.
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