Si para algo está sirviendo la ya tensa precampaña electoral de Madrid es para descubrir el grado de simpatía y de rechazo que los partidos suscitan entre sus compañeros en competición. Los más simpáticos serían en este momento, en primer lugar, Ciudadanos, en cuyo electorado quieren pescar todos los demás, pero que parece el novio de todos. Bueno, de casi todos, porque Pablo Iglesias sentiría sarpullidos si tuviese que dar la mano en público a Inés Arrimadas. En segundo lugar, Más Madrid (Más País en el resto de España), el invento de Íñigo Errejón, a quien han tirado los tejos Ángel Gabilondo y el propio Pablo Iglesias, aunque sus relaciones personales sean manifiestamente mejorables.
En un terreno intermedio se encuentran los dos clásicos del bipartidismo, el Partido Popular y el Socialista. Al PP se le tiene tirria porque lleva 26 años gobernando la Comunidad y su lideresa promete aumentar su respaldo electoral. Como Díaz Ayuso fue presentada al principio como una mindundi fruto del capricho de Pablo Casado, no se le perdona su fulgurante carrera. Tampoco el PSOE provoca insalvables repulsas. Rencor de la derecha, sí; repulsa no creo que sea la palabra. Al PSOE de Madrid no se le repudia más que a su versión nacional de Pedro Sánchez. Y creo que se valora más a su líder regional por su moderación que a las siglas.
Y los que suscitan más rechazos son, como parece natural, los situados en los extremos, Vox y Podemos. Si Díaz Ayuso necesita a Vox, terminará pactando, no hay duda; pero es algo inconfesable en público. Es como una vergüenza, porque Vox sigue siendo extrema derecha y nadie quiere esa contaminación salvo en caso de necesidad. Y de Podemos ya se sabe: Más Madrid respondió con un no tajante a la idea de hacer una lista conjunta y Gabilondo hizo una de las frases de precampaña al asegurar que nunca pactará con «el actual Iglesias»: no se lo permite su apuesta por la seriedad y su vitola de hombre soso, pero serio y moderado.
Entiendo que de esta clasificación quien debe tomar más lecciones es el señor Iglesias. No digo Abascal, porque sabe cuál es su terreno de juego y qué esperan de él sus votantes. «Para buscar otras simpatías ya está el PP de Casado», respondería él.
El caso de Pablo Iglesias es distinto. De su militancia izquierdista se espera, por supuesto, que sea radical; para la templanza ya está el PSOE. Pero entre el radicalismo y el miedo hay una sutilísima distancia que el señor Iglesias no supo medir y hoy Podemos todavía produce miedo en las clases medias. Gabilondo lo sabe y por eso anuncia su rechazo, aunque al final acaben pactando como Pedro Sánchez. Si Gabilondo dice «con este Iglesias no» es porque nota que le quita votos. Lección para Iglesias: si quiere gobernar Madrid y después España, lo primero que tiene que hacer es no dar miedo. En política todo es así de elemental.
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