Inés Arrimadas no nació en Forcarei

OPINIÓN

Mariscal | Efe

18 mar 2021 . Actualizado a las 14:54 h.

Don Camilo, el maestro nacional que me enseñó a estudiar y aprender en la escuela de Forcarei, nunca terminaba la semana sin recordarnos que una manzana podrida estropea un cesto entero, y que un cesto de manzanas sanas no hace comestible una pieza degradada. Pero Inés Arrimadas no nació en Forcarei, ni fue conmigo a la escuela. Y por eso concibe su partido como una apetitosa manzana destinada a regenerar al montón de frutas podridas que constituyen -a su juicio- la estructura de partidos de España. Y eso significa que aquella Arrimadas que yo vi como la protagonista de los versos de Zorrilla -«doña Inés del alma mía / luz de donde el sol la toma»- no era más que una inocente criatura que, inflamada de amor patrio, acabó metiendo su sanísimo partido en el cesto de las manzanas podridas para regenerarlas. Porque, a pesar de sus enormes cualidades, le faltó el hervor que podría haberle dado la escuela de Forcarei, en 1958, si hubiese nacido donde y cuando debía.

Con estos antecedentes, la señora Arrimadas, que chocó con la corrupción en el seno de la coalición que gobierna Murcia, en vez de hacérselo ver, por si estaba contagiada, estableció la absurda frontera de los maniqueístas: los malos son del PP, y los buenos los de Ciudadanos. Y se equivocó. Y, decidida a actuar, en vez de ir al juzgado, que es donde se resuelve la corrupción, se fue a hablar con Sánchez, que, de acuerdo con lo que ella dice, es el dueño de un cesto de manzanas podridas -independentistas, podemitas, batasunos y cosas así, para ver si las curaba a todas. Y claro, se pudrió ella también. El siguiente suceso lo compartió con Ayuso, que, al ver que Ciudadanos se metía en la cesta podrida, decidió cortar por lo sano y puso la cesta patas arriba. Y con todas las manzanas rodando por el suelo -buenas y malas-, montó la marimorena.

En el capítulo siguiente de esta tragedia apareció otro personaje, Pablo Iglesias, que tampoco se hizo el oportuno chequeo, y que, considerándose a su vez una manzana limpia y regeneradora, se metió en medio de todas las piezas podridas, para curarlas. Y en ese momento se inició el horrísono duelo entre piezas sanas e insanas, que, como sucede en toda gigantomaquia, amenaza con dejar el escenario cubierto de estiércol.

Fue en este trágico momento cuando Inés Arrimadas se dio cuenta de que las manzanas sanas no curan a las mazadas, de que el enemigo también tiene estrategas que nunca duermen, y de que su historia -que ella imaginaba sutil y heroica- se la están escribiendo otros. Y de esta manera tan poco brillante pasó, sin solución de continuidad, de manzana sana a pieza arrugada, que puede ser pasto de los millones de vermes hambrientos que integramos el cuerpo electoral. Por eso estamos en un punto de incerteza, en el que solo sigue incólume una única verdad: que una manzana podrida estropea un cesto entero, y un montón de piezas sanas no pueden regenerar la fruta degradada. Y todo esto le pasó por no haber ido a la escuela de Forcarei. ¡Qué cosas!