Una cosa que me enseñó mi abuela a lo largo de su vida es la importancia de la bondad, de entregarse a los demás, de siempre tener los brazos abiertos y tender puentes. Fue una persona buena, fue siempre hogar. Por esto, y mucho más, el día de su despedida no caminó sola, la acompañamos muchos. Ahora, que por fin descansa y, esté donde esté, seguro que está junto a mi abuelo Pepe, su recuerdo y enseñanzas, nos servirán a muchos, para seguir adelante y ser mejores.
Se llamaba Benedicta, pero salvo escasas excepciones, nadie la llamaba así, para todos fue Bita. Vivió una vida larga y plena, con sus días de vino y rosas y otros de hielo y vinagre, pero es que 95 años dan para mucho. Porque un recorrido tan largo, desde su Teverga natal hasta el Oviedo donde forjó su familia y acabó sus días, dan para muchas vidas dentro de una. Mujer familiar; cariñosa; trabajadora; virtuosa; valiente y decidida, como lo son todos los Martínez de esta familia. Hizo la vida de todos los que la rodeaban más fácil y mejor.
Veo las fotos de mi infancia y cada vez falta más gente, rellenan los espacios los recuerdos de aquellos que ya no nos acompañan, y de los que sólo nos queda esto: fotos y recuerdos. Las raíces y el pasado hay que cuidarlos, porque son importantes, de ahí venimos y por ellos somos lo que somos. Todas las fotos que pueblan mis pasillos, mis estanterías, mis álbumes, muestran momentos de felicidad -en las fotos hay que salir siempre riendo, pero de verdad, sin imposturas ni falsas sonrisas-, momentos en los que fuimos felices y dichosos, y lo mejor de todo es que lo sabíamos y los exprimimos al máximo.
Es ley de vida que los más jóvenes despidan a sus mayores, y que sea siempre así y que no se invierta el orden, pero no deja de ser triste y doloroso ese momento de desamparo cuando te faltan aquellos que te protegieron y te quisieron tanto.
Hasta siempre abuela Bita, hemos pasado juntos 28 de tus 95 años, quizá hayan sido pocos, pero han estado muy bien.
Comentarios