Al fondo, escorado a la derecha, con la corbata apuntando a la extrema izquierda de su cuerpo, se encuentra Pablo Iglesias, vicepresidente y líder de Podemos, que en esta imagen casi podría pasar por servicial ujier: o sea, el hombre está, pero al mismo tiempo trata de pasar desapercibido. Mirada oblicua y manos en los bolsillos, intenta aparentar que se encontraría más a gusto en una barricada. Luego, claro, de vuelta a Galapagar. El escenario es el acto del 40 aniversario del 23F, el golpe de Estado abortado por ese «régimen del 78» del que abomina el vicepresidente. Él no sacará las manos de los bolsillos para aplaudir el discurso del rey. Ese no-gesto de Pablo Iglesias es el que desmiente a Pablo Iglesias. Pues en qué sistema político que no sea una democracia plena podría un vicepresidente, un diputado, un ciudadano raso, hacerle un feo al monarca después de reírles los chistes a los presos de Lledoners y a un rapero que tienen la gracia donde la espalda pierde su nombre.
Comentarios