Nació en Vitoria, pero como buen vasco podía haberlo hecho donde le diera la gana. Y es que Juanito Oiarzabal pertenece a ese grupo de personas cosmopolitas de corazón, que van guardando en el infinito baúl de sus emociones lo mejor que se encuentran en los muchos senderos, caminos y vías que transitan. Por eso, este vasco de genoma universal tiene una parcela asturiana en su ADN. Y esa pequeña gran parcela se extiende desde el monte Sueve hasta los Picos de Europa.
Juanito, por su fortaleza, su fuerza interior y su capacidad de sufrimiento parece más bien la reencarnación del espíritu de los primitivos asturcones, esos míticos ponis astures que hacen de la autoctonidad el más singular de sus rasgos. Es decir, igualitos a Juanito.
Oiarzabal es un ejemplar irrepetible. Pero no solo por ser el primer español que ha coronado los 14 ochomiles de este planeta, o por ser la tercera persona en el mundo que lo hecho a pelo, es decir, sin ayuda de oxígeno adicional. O por ser el primer humano que ha hecho 24 ochomiles.
Juanito, sobre todo, es irrepetible porque ninguna de esas gestas se le ha subido a la cabeza. Y continúa siendo aquel chaval de Álava que de adolescente se tiró al monte -como casi todos los vascos a esa edad-, y enseguida despuntó como un excelente escalador deportivo. Sobre todo, es irrepetible por esa fuerza de voluntad de acero que le lleva a entrenar todos los días de su vida, pase lo que pase. Esa fuerza de voluntad que no le hizo perder un ápice de ilusión y motivación, ni tan siquiera cuando sufrió la amputación de todos los dedos de sus pies, tras una complicada expedición al k-2.
Con una personalidad que combina de forma magistral lo rudo y lo sublime, Oiarzabal lleva la ikurriña impresa en su alma y es más vasco que la misma txapela. Y el «sobre todo» más importante de Juanito es el ser un incondicional de sus amigos. Y eso bien lo sabe su hermano asturiano Bernabé Aguirre, que ha compartido cordadas, escaladas y alguna que otra juerga montañera con él bajo de las estrellas de la vega de Urriellu, o al calor de una semana de montaña…
Así que no es de extrañar que yo lo sienta como un híbrido de nueva creación. ¡Ni más ni menos que un vasco asturcón!
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