Si hay algo que bordan los políticos es el arte de lavarse las manos. Lavárselas o frotárselas, que al cambio pandémico es lo mismo. En esto somos potencia mundial. El hombre que precede a la ministra Laya, o sea, el presidente Sánchez, lleva días frota que te frota, desde que Iglesias escupiera que en España no hay plena normalidad democrática. Y, claro, Pablo Rasputín erre que erre. Más que vicepresidente, debería haberlo designado reincidente. Ayer, Sánchez tuvo ocasión de llamarlo a capítulo, pero no. Se limitó a decir «España es un gran país». Pues vale. Como siga así, se le van a quedar las manos, y el gran país, en carne viva. En esto de hacerse el Poncio Pilatos no le va a la zaga el hombre que lleva años pretendiendo liderar el PP, léase Pablo Casado. Resulta que no sabe quién es Bárcenas y casi ni quién es Rajoy. Lo de renegar de Rajoy sí que es independizarse, y no lo que pasó el 1-O. De tanto borrar el pasado, Casado se va a quedar sin el máster que le costó Dios, y ayuda, conseguir.
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