E l vía crucis tradicional consta de catorce estaciones. No hice el recuento, pero probablemente el PP tendrá que escalar un mayor número de etapas antes de alcanzar la salvación o la crucifixión. Solo del caso Gürtel ya se han sustanciado cinco juicios, con el resultado de 72 condenados. Pero los jueces, con su parsimonia habitual, siguen desenredando la maraña de casos de corrupción -Gürtel, papeles de Bárcenas, operación Kitchen, Púnica, Lezo...-, reabriendo algunos y desdoblando otros, en un proceso que, para desesperación de los actuales dirigentes del partido, parece no tener fin.
Corrupción ha habido siempre. Partidos que se financiaron ilegalmente, políticos que metieron la mano en la caja, prevaricaciones y nepotismos, Filesas, ERES y 3 %. Lo que distingue el «caso PP» de los antecedentes es su presunto carácter sistémico: abarca todas las modalidades de corrupción, corrompe las principales instituciones del Estado y pone en solfa la calidad de la democracia. Porque lo que se investiga son cinco tipos de prácticas que sucesivamente van añadiendo gravedad a la corrupción inicial. Como las cinco capas de una cebolla podrida.
Primero, la financiación ilegal de los partidos. Este es el objeto del juicio iniciado ayer: saber si las obras realizadas en la sede del PP se pagaron con dinero negro procedente de la caja B.
Segundo, el lucro personal obtenido a través de la caja B. Que lo hubo está demostrado y sentenciado: las cuentas suizas de Bárcenas tienen ese origen. Lo que falta por dilucidar es con quiénes compartía el botín. Que las sospechas, fundadas en los papeles de «ese señor del que me habla», recaigan sobre dos ex presidentes del Gobierno y varios de sus ministros no es, como diría Rajoy, un tema menor.
Tercero, las contraprestaciones por los donativos. Los jueces investigan si las donaciones al PP se hicieron no de forma altruista, sino a cambio de adjudicaciones de obras y servicios. Si se prueba, al delito fiscal habrá que añadirle, como mínimo, los delitos de prevaricación, malversación y cohecho.
Cuarto, supuestas presiones a la justicia. Bárcenas declaró que tira de la manta porque el PP no evitó que su esposa entrase en prisión. Como al final Rosalía Iglesias está en la cárcel, una de dos: o bien el partido no le hizo caso, o bien los jueces no se dejaron coaccionar. Pero se mantiene vigente una pregunta altamente inquietante: ¿por qué el ex tesorero considera que el PP podía, si quisiera, haber enmendado a la justicia?
Y quinto, la destrucción de pruebas. No me refiero a la destrucción a martillazos del ordenador de Bárcenas, propia de quien tiene mucho que ocultar, sino al uso espurio del Ministerio del Interior y de sus cloacas para borrar las huellas del delito.
Comprendo que Pablo Casado intente desprenderse de esa cruz. Pero no lo tiene fácil: uno hereda la riqueza y las deudas de sus progenitores y de sus partidos. Pasar página no está en su mano. Solo los jueces determinarán cuándo y cómo termina su vía crucis judicial. Sobre el otro, su calvario político, deciden los ciudadanos.
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