Ay, las agendas de los políticos. Si no existiesen, habría que inventarlas. El día después de que éramos pocos en el PP y parió Luis Bárcenas, el líder del partido giró visita a una granja de cerdos en Lérida. A falta de pueblo al que contar las bondades de su proyecto, habemus piara. La imagen es muy de campaña electoral: un político que sonríe y acaricia cachola. En la granja, Pablo Casado habló de la caída del Gobierno de Italia, indicio, dijo, de lo que puede acabar pasando con el Gobierno Sánchez. De Bárcenas, el líder popular no dijo nada. Seguramente, porque no hay mayor desprecio que no hacer aprecio y, de paso, fijamos la idea de que ese hombre es del Pleistoceno y yo, se-ño-res, soy casi millennial. Tampoco habló Casado, que se sepa, del cerdito con el que posó para la posteridad. De llegar a hacerlo, podría habérsele escapado algo parecido a lo dicho por Rajoy cuando fue preguntado por el extesorero. En plan ese gorrino del que usted me habla... ya no está en el PP.
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