En estos tiempos convulsos y profundamente insolidarios que nos toca vivir, Mari Gómez es como un bálsamo para las heridas de guerra. Y es que esta cántabra de Cires, que lleva desde su adolescencia en Asturias, pero sin perder la savia que la hizo nacer y crecer, es un ejemplo vital que viene como anillo al dedo en estos tenebrosos e inciertos inicios de 2021.
María en Cires, y Mari en Panes, es una de las almas sustentadoras del prestigio hostelero del oriente de Asturias. Esposa de Toño Rugarcía, y cuñada de María Rugarcía, Mari aportó a esta honesta y trabajadora familia, un plus de bondad, de humildad y de silenciosa labor, realmente admirable.
Mari fue en el engranaje empresarial de los Rugarcía, la mejor “segunda” que cualquier jefe de cocina añoraría tener. Siempre a la sombra de su cuñada-hermana María, apoyando la jugada, sin aspirar a ningún reconocimiento y honor, más que el cariño de los que tenemos el privilegio de conocerla bien.
Discreta y firme, Mari es capaz de resolver cualquier conflicto en minutos, con una suavidad, diplomacia y mano izquierda que para sí quisieran altos cargos de las más cruciales instituciones.
La lealtad y la entrega incondicional son las señas de identidad de Mari Gómez. Es como una especie de bailarina de ballet, que pasa de puntillas, con absoluta delicadeza, y que al mismo tiempo resuelve con la máxima eficacia.
Abnegada esposa, y madre ejemplar de dos retoños grandes, Sofía y Luis, que ya toman el testigo de la herencia familiar, Mari es la perfecta metáfora de la resistencia a la que está abocada la hostelería asturiana en estos tiempos de pandemia.
Hija y nieta de ganaderos, la personalidad de Mari se asemeja a una sabia combinación de la raza tudanca y la asturiana de la montaña: pura fortaleza, valor y rendimiento, sin una sola queja. Siempre recibiendo al personal con una mirada dulce, con una mano amiga, con una paciencia infinita, y con un cariño que en las frías noches de invierno sabe a gloria…
Mari Gómez, cocinera, empresaria, líder en una familia con solera de sudor y sacrificio. Un orgullo para la hostelería asturiana de la antigua escuela: la de la formación autodidacta, el trabajo duro desde la adolescencia, las horas silenciosas con las piernas reventadas al pie de los fogones, y siempre con una sonrisa… como las sufridas bailarinas clásicas.
La lección vital de Mari es universal, imprescindible y más que oportuna en estos tiempos pandémicos y endémicos.
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