El cambio político

OPINIÓN

Pedro Sánchez, durante la presentación del informe sobre el cumplimiento de los objetivos del Gobierno
Pedro Sánchez, durante la presentación del informe sobre el cumplimiento de los objetivos del Gobierno CHEMA MOYA

10 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

(Lo siciliano de ayer y lo español de hoy)

La literatura no es sólo un arte, arte escaso de genios, que, por medio de un tipo de lenguaje y de una técnica en el manejo de las palabras, eleva o dispara las mentes lectoras a ámbitos donde se disfruta de lo bello, de lo sublime y, naturalmente, del placer. Mas la literatura también es descripción y análisis de complejas realidades sociales que, sin una finalidad política, terminan creando un lenguaje y unos conceptos políticos, incorporándolos a la llamada ciencia política. Ello es interesante, pues frente a lo real de lo político, lo literario es ficticio, basado en una ficción literaria o novelesca, que elabora la imaginación de un escritor. 

No debería extrañar que lo que acaba siendo real, tenga su origen en una ficción. Fernández Sebastían, en su ensayo Conceptos y metáforas en la política moderna, editado por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (2009), señaló lo siguiente que convertimos en preguntas: ¿Acaso hablar no viene de fabulor, que es de la misma raíz que fábula? ¿Acaso palabra no procede del latín parabolare, que significa hacer comparaciones o usar alegorías? Del mismo modo que se dijo, pensando en Dostoyevski, Shakespeare, Ibsen, Balzac y en otros, que «los novelistas saben más de la naturaleza humana que los psicólogos», también podemos decir, que algunos novelistas saben más de política que los tratadistas de lo político, sean filósofos (de Filosofía Política) o científicos (de Ciencia Política).

Sobre las maneras o tácticas de conservar el poder político, hay muchas; unas lícitas y otras ilícitas, incluidas en éstas las procedentes de delitos; unas auténticas y otras cínicas e hipócritas, incluidas las derivadas de singulares o plurales impotencias, pequeñeces, complejos y/o trastornos mentales. Si, efectivamente, los trastornos mentales gustan disimularse por medio del Poder Político. Sin duda que muchas y muy heterogéneas son las maneras de adquirir y mantener el Poder, sorteando el cambio político, pero ahora sólo a dos señalaremos: 

A).- El Gatopardismo es palabra del lenguaje político, posterior al literario, y ya está incorporada a las categorías de lo político, teniendo como significado una manera reaccionaria de conservación y de mantenimiento del Poder, con los consiguientes privilegios y ventajas, frente a todo lo cambiante de alrededor que hace peligrar el ventajismo. En esencia es: Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie. Que el Gatopardismo haya nacido en Italia, concretamente en la Isla de Sicilia, no es excepcional dada la excelencia literaria de esa Isla (y su afán por lo mafioso), del mismo modo que Francia, según Tocqueville, es una «nación literaria», en cuyo privilegio habrá de incluirse a Rusia. A España no, lamentablemente. 

B).- Otra manera diferente, pero también táctica de conservar el poder, es la de los populismos que, estando en el Gobierno, culpan del desgobierno a todos los demás y por todo, a la oposición incluida. El problema radica en la cantidad de tontos que creen eso. «La culpa es de todos, menos de quien gestiona», escribió hace días un escritor en un periódico monárquico pensando en los populistas. Acaso la explicación a tanto desvarío esté en lo que Rosanvallon considera la gran aportación de los populismos: gobernar de acuerdo con las emociones, y frente al tradicional menosprecio a ellas de la filosofía occidental como se suele decir; unas emociones, las de algunos, son «de tanta coquetería que parecen fingir promesas de coito (Kundera)».

Lampedusa describe a los dos personajes centrales de su novela: al sobrino, llamado Tancredi, un auténtico zascandil y aprovechado, enrolado en las filas «revolucionarias» de Garibaldi, que ocupó la isla siciliana en mayo de 1860. También se describe a Don Fabrizio, Príncipe Salina, «tiazo», aristócrata o señor feudal, fiel partidario de la Monarquía borbónica de las Dos Sicilias; una estrafalaria corte, reinante desde Nápoles sobre Sicilia, y destronados los reyes por los garibaldinos, al comienzo de Risorgimento al grito de: ¡VIVA GARIBALDI, VIVA EL REY VITTORIO Y MUERA EL REY BORBÓN! 

Tancredi dice a Don Fabrizio en la novela de Lampedusa

«Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie». 

«Se non ci siamo anche noi, quelli ti combinano la repubblica. Se vogliamo che tutto remanga como è, bisogna  che tutto cambi» (en italiano).

Líneas después, se añade: «Habrá negociaciones, algunos intercambios de disparos prácticamente inocuos y, después, todo seguirá igual pese a que todo habrá cambiado».  

«Trattative punteggiate da schioppettate innocue, e, dopo, tutto serà lo stesso mentre tutto serà cambiato» (en italiano). 

Dos son los requisitos para que se dé el Gatopardismo, soslayando el cambio político, que no se debe de confundir con el denominado tancredismo, que es modalidad de la tauromaquia, o mejor, de la tauromaquia portuguesa. O torerismo español o tancredismo portugués, se llegó a escribir: 

Los requisitos:

1º).- Uno de carácter objetivo, que es una situación política en trance de cambio: un régimen que muere o que quieren matar y otro, en sustitución, que nace. La situación paradigmática fue la de Sicilia en la segunda mitad del siglo XIX: una monarquía, la de los Borbones, decadente y arbitraria, que es sustituida por la de Vittorio Emanuele. Lo más perfecto ocurrirá después en Italia, en la primera mitad del siglo XX con la Constitución de 1947, de sustitución de la Monarquía por la República, habiéndose aquélla, con del Rey Humberto II obligado a abdicar, llevado tan bien con Mussolini y Pío XI. La crisis, en la actualidad, de la Monarquía española, no admite duda sobre la concurrencia de este primer requisito.

2º).- Otro de carácter subjetivo, que es un afán de los poderosos, de gentes de poder, de conservar lo que, sin excepción, todo cambio político importante arrancaría o arrasaría. Para ello la simulación y el engaño son necesarios siempre en un contexto en que lo revolucionario permita ser driblado, burlado o esquivado. En el caso de verdaderas revoluciones, eso no es posible. Es indudable que fruto de dictaduras, de transiciones y por servilismo al Rey viejo, queriendo ser aristócratas o recibir medallas, muchos tienen mucho que conservar.

A estos dos requisitos esenciales se pueden añadir otros accidentales, tales como la finura propia de los finos eclesiásticos, que algunos quedan; o las zalamerías y amoríos, verdaderas o falsas, siempre a sueldo para integrarse en cortijos y corporaciones, recordando a los casinos de pueblo de antaño, hoy locales para las asociaciones de vecinos; y/o pertenecer como los sicilianos, de piernas cortas y patillas largas, a clubs de ayuda o para la protección mutua.

Con este conjunto variopinto de requisitos, los lectores ya podrán descubrir quién o quiénes integran el amplio campo del gatopardismo español, incluidos y principalmente el vasco y el catalán, pues se dan también en ellos, todos los requisitos, el objetivo y subjetivo en todos. A modo de ejemplo y ensayo para la lista que pueda elaborar por sí el lector o lectora, formulamos la siguiente pregunta: ¿Es el Presidente del Gobierno de España, don Pedro Sánchez, el llamado líder de la Seguridad Nacional, gatopardista? La respuesta es que no, pues concurriendo en él el requisito 1º, no concurre el 2º.

Consta únicamente, por ahora, que el Presidente sea el autor de una discutida y discutible tesis doctoral, y una firme voluntad de poder, como la de don Federico Nietzsche, el loco que quiso acabar con Dios y con los dioses. Eso, la ausencia de gatopardismo, facilita ahora el cambio político en España, lo cual preocupa mucho a los verdaderos gatopardistas españoles, que son muchos e influyentes. Por eso, tanto insultan a Pedro Sánchez, pudibundos ellos, que hasta recuerdan su anatomía y le llaman: «manipulador de las instituciones para salvar su culo»

Por cierto que Don Fabrizio, el auténtico gatopardo, Príncipe de la dinastía de los Salina, aristócrata y feudal, no fue, curiosamente, gatopardista, pues dijo, según la escritura de Lampedusa: «Soy un representante de la vieja clase y me siento por fuerza comprometido con el régimen borbónico al que me liga el sentido de la decencia, ya que no el afecto». Esa sinceridad no es propia de los gatopardistas, ni siquiera en sueños, tal como dijo Fabrizio a Chevalley: 

«El sueño, querido Chevalley, el sueño es lo que más desean los sicilianos, y siempre odiarán al que pretenda despertarlos, aunque sea para traerles los mejores regalos».