Ni campanadas sin Anne Igartiburu ni Nochebuena sin Raphael. En una Navidad que se prevé más hogareña y menos bulliciosa que nunca, las cadenas no han querido arriesgarse a saltar sin red y han preferido clonar el guion de siempre para que, después de este 2020 aciago, todavía quede algo en pie. En lo que ha transcurrido del siglo XXI, Raphael ha conseguido perpetuarse como una de las tradiciones arraigadas en la noche del 24 de diciembre en Televisión Española y este año estará ahí de nuevo con Raphael 6.0, por sus sesenta años en la música. En todo este tiempo, ha sobrevivido a los bandazos de las administraciones de todo signo político que han pasado por los despachos de la corporación. Capaz de reinventarse hasta el infinito, él es aquel que ha logrado convertirse en el rey de los especiales navideños sin despeinarse y ha entonado sus canciones al lado de las más diversas estrellas de la música española.
Su figura, sin embargo, se ha convertido este año en el símbolo de todas las contradicciones y la desconfianza que nos ha traído esta era pandémica, en la que las autoridades convocan ruedas de prensa para autorizar a los ciudadanos a mantener reuniones que, en realidad, desaconsejan. Máximo seis personas, a ser posible convivientes, para celebrar las fiestas mientras que en el concierto prenavideño del cantante de Linares confluyeron más burbujas que en el anuncio de Freixenet. Legal, sí, pero poco coherente con lo que se predica. No es extraño que se haya extendido el chiste que propone como plan ideal para estas fiestas el de reunirse con todos los allegados en un recital de Raphael para poder verse con la máxima garantía de seguridad.
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