En esta era de la exageración pandémica, que alguien tose y parece que vamos a morir todos en cuestión de minutos, la caída de los servicios de Google durante hora y media ha sido para muchos el fin del mundo, una profecía apocalíptica de lo que nos puede pasar por confiar ciegamente nuestros datos -o sea, nuestra vida- a la tecnología. Para estos Nostradamus nada tiene sentido si no podemos acceder a Gmail, ver el último vídeo de nuestro youtuber favorito o reunirnos virtualmente a través de Meet. Es un drama, y lo peor de todo es no poder buscar pokémons por las esquinas porque el popular juego de Niantic necesita de Google Maps -como otras muchas aplicaciones- para mostrar sus escondites.
En fin, que parece como si los servicios de Google fueran los únicos disponibles y que nos conectan como un cordón umbilical a Internet, pero nada más lejos de la realidad. Otra cosa es que sean los más populares, después de años de usarlos gratis a cambio de nuestra privacidad. Pero ahí están buscadores como Bing o DuckDuckGo o servicios de correo electrónico como ProtonMail, que además tiene los servidores en Suiza y está más protegido que la cuenta secreta de un monarca. Yo, por si acaso, he abierto una (una cuenta de Proton), por si es verdad que se acaba el mundo con la próxima caída de Gmail.
Lo que revela el episodio del pasado lunes es que, en este casino global de la World Wide Web, no es bueno apostar todas las fichas a un color; o sea, que si lo tenemos todo configurado para operar al grito de «OK Google» o de «Oye Siri» un día podríamos encontrarnos con que no podemos subir las persianas, encender las luces o, si estamos fuera de casa, entrar a nuestro domicilio porque la cerradura inteligente no se conecta. Cosas del Internet de las Cosas. Les recomiendo que sigan confiando en la llave de toda la vida y que guarden sus fotos en un disco duro en vez de la nube, para no quedarse a dos velas cuando (otra vez) Google diga que su espacio de almacenamiento gratis de 15 GB se acabó. Ya sé que con el volumen actual de imágenes y vídeos que producimos en la era de los móviles no llegaría con un disco, ni con cien. Pues mejor, no los guarden porque, total, vamos a morir todos...
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