Vivimos malos momentos para la protesta y la disidencia. Se combate a garrotazos, en el mejor de los casos, y en el peor con amenazas de muerte. Le está ocurriendo a la futbolista pontevedresa Paula Dapena, que se negó a participar en los actos de exaltación del también futbolista Maradona, sentándose de espaldas a la grada, y que desde entonces está siendo víctima de insultos y graves amenazas.
Pero ella sigue en sus trece. Dice que lo volvería a hacer y que no participó en el homenaje por ser el agasajado, entre otras cosas, un violador y un maltratador y porque el fútbol no se identificó con el día contra la violencia machista que se celebró dos días antes. E imagino que quienes la amenazan de muerte seguirán también en sus trece.
Y es que la pasión nos ciega. Maradona fue tan buen futbolista como infausta, por ser suave, persona. Se le perdonaron y ocultaron sus deplorables andanzas. Desde los tratos con la Camorra italiana al maltrato, las amenazas y la violencia continuada. El gran futbolista del mundo mundial, al que de forma genérica se le denomina dios, hizo cuanto le vino en gana con la connivencia y el aplauso general y sin una voz que dijese quién era en realidad. Porque desde el primer momento no se quiso distinguir entre futbolista e individuo.
Es curioso que nadie se dejó ver cuando se cantaron sus excelencias como hombre preocupado por los débiles, amigo de los revolucionarios y látigo de las injusticias. Pero cuando se pone sobre la mesa sus indecencias, se desatan las pasiones. Tras su muerte causa asombro ver cómo nuestros mandarines se olvidaron de su cara más real. Lo jalearon desde Errejón a Sánchez, pasando por Pablo Iglesias y su original payasada de «Diego nuestro, santificada sea tu zurda, Dios no está en el cielo, se recupera en Cuba». Insuperable gansada.
Tenemos por norma perdonar las tropelías de los genios. A John Lennon, Pablo Neruda, Charles Bukowski, Picasso o como Bertín Osborne, en este caso lo de genio es un decir, que reconoce haber pegado a una mujer, les pasamos por alto sus maldades. Y ahora a Maradona lo adoramos porque fue un gran futbolista. Pero si a alguien se le ocurre decir que fue un maltratador y no participar en el espectáculo de homenaje, se le destroza. Como a Paula Dapena. Pues yo me siento a su lado. Y ya pueden empezar los descerebrados a amenazarme de muerte.
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