Valientes y prudentes

Pablo Junceda SUBDIRECTOR GENERAL DEL BANCO SABADELL Y MÁXIMO DIRECTIVO DEL SABADELL GALLEGO

OPINIÓN

Tercer foro Encuentros en el Eo, en esta ocasión de manera virtual por la pandemia
Tercer foro Encuentros en el Eo, en esta ocasión de manera virtual por la pandemia VÍTOR MEJUTO

18 nov 2020 . Actualizado a las 07:43 h.

Galicia y Asturias se hermanan aún más gracias al esfuerzo de La Voz de Galicia, esta empresa de comunicación nacida hace ya 138 años, con sus raíces fuertemente asentadas en Galicia, y de las cuales han brotado ya algunas ramas en Asturias, como demuestra el periódico digital La Voz de Asturias.

Un gallego universal como Camilo José Cela decía con frecuencia —citando a Baudelaire— que «la inspiración era trabajar todos los días». Pero aún así, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, parece que ni el trabajo ni la inspiración son suficientes para superar algunos momentos en los que vemos llorar a seres queridos, sufrir a familias y empresarios, o quedar exhaustos a tantos profesionales que luchan contra un enemigo tan poderoso como desconocido.

En este mundo de incertidumbres es cuando las cosas sólidas adquieren más valor, sencillamente porque nos sirven a todos de anclaje y soporte. Cosas sólidas como el periodismo riguroso y responsable, las empresas y los empresarios comprometidos, los profesionales bien formados y bien retribuidos o las instituciones que funcionan y trabajan en clave del bien común.

El último libro del profesor Mauro Guillén, asturiano de nacimiento y profesor en la Wharton School, nos habla de su visión sobre la transformación y los profundos cambios que estamos viviendo y que, sin duda, viviremos en los próximos años. Unos cambios que nos transformarán profundamente como sociedad, como país e, incluso, como mundo. No resulta extraño que el profesor Guillén nos diga que hoy estamos embarcados en un viaje colectivo hacia el fin del mundo tal y como hoy lo conocemos, poniéndonos el no tan lejano 2030 como la última estación de este viaje profundamente transformador.

Resulta evidente que, para afrontar este viaje es necesario contar con líderes capaces de asumir y asimilar estos nuevos escenarios; líderes preparados, comprometidos y motivados con el bien común; líderes que tengan dos cualidades que ahora considero más necesarias que nunca: la valentía y la prudencia.

Solo con políticos valientes y prudentes seremos capaces de afrontar las curvas, repechos, cambios de rasante y túneles oscuros, y cruzar los ríos y vaguadas que nos depara esta realidad que no me gusta llamarla nueva, sino diferente.

Una realidad que necesita valentía para tomar las decisiones que son necesarias por dolorosas que parezcan; valentía para exigir allí donde se deba lo que necesitamos en un noroeste con más viejos que jóvenes y con peores comunicaciones que otros; valentía para reconocer los errores y rectificar. Y, sobre todo y ante todo, valentía para asumir que la política con mayúsculas no puede estar aderezada de astucias, sino de decisiones prácticas que sean útiles a los ciudadanos.

Pero junto a la valentía, también es más necesaria que nunca la prudencia. Creo que fue Alejandro Dumas el que afirmó que «ser prudente vale más que ser valiente», sencillamente porque ambas virtudes se apoyan entre sí para evitar la inacción que paraliza y la acción descabellada.

Una prudencia que nos debe hacer reflexionar sobre la necesidad de buscar amplios consensos, de aconsejarse por expertos contrastados, de elegir socios fiables y confiables, de avanzar tras hacer reflexiones compartidas y sosegadas y de guiarse por el conocimiento de la historia, que casi siempre es la mejor consejera.

Si tuviera que pedir algún atributo, pediría que nuestros gobernantes fueses eso: valientes y prudentes. Y sinceramente creo que lo son los actuales presidentes de Asturias y Galicia. Unos atributos que se reconocen con el paso de tiempo, pero que se reflejan cada día en todas las decisiones que toman en la gestión de lo público.

Del genial Miguel de Cervantes es esta última frase: «La valentía que no se funda sobre la base de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo». Estoy seguro de que ambas virtudes son propias tanto de Alberto Núñez Feijoo como de Adrián Barbón, a quienes conozco y de quienes sé que saben perfectamente que gobernar no es jugar al azar, sino trabajar para hacer.