Donald Trump es ese señor que crucificó a Hillary por ser esposa de Bill Clinton. Y acribilló a Jeb Bush por ser hijo y hermano de expresidentes de Estados Unidos. Puro nepotismo, dijo antes de enchufar a sus hijos y a su yerno como asesores en la Casa Blanca. Desde hace tiempo los medios estadounidenses especulan sobre el siguiente paso de la familia Trump para conservar el poder. Y esa plan parece que tiene un nombre: Ivanka. Anthony Scaramucci, que fue director de comunicación del millonario, no descarta que, si gana de nuevo, Trump maniobre para que su hija acceda a la vicepresidencia y allane el camino para ser la próxima candidata republicana. Ivanka, que antes presumía de sonar a verso suelto en el universo ultraconservador de su padre, asegura ahora que no era para tanto y grita a los cuatro vientos que es una señora de bien, antiabortista y no tan progre. Tiene todo su derecho. Lo que ocurre es que o antes disimulaba o ahora finge. Quizás ambas cosas. Pragmatismo, apuntan desde su entorno. Ivanka siempre ha sido muy pragmática. Ella misma relató en un libro sus batallas para adaptarse al medio como joven emprendedora. Cuando era niña hizo limonada para sacarse unos dinerillos. Intentó venderla delante de su mansión de verano, pero en su exquisito vecindario nadie la compraba. Junto a sus hermanos, convenció a los empleados del palacete para que aflojaran los dólares. Un golpe de audacia frente a la adversidad. Si la vida te da limones, haz limonada... Y colócasela a la niñera, la cocinera y al guardia seguridad. Dicen que el mayor engaño del diablo fue convencer al mundo de que no existía. Los populistas como Trump van más allá. Su mejor truco es decirle a la gente: «Soy uno de los vuestros».
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