En un país como el nuestro, en el que una de las más nobles profesiones como son las de maestro, profesor y educador no solo están denostadas, sino que llevan sufriendo la desvalorización de una sociedad en la que la ley del mínimo esfuerzo y la obtención de fama y riqueza a cualquier precio parecen lo más importante, impacta saber que un enseñante ha sido decapitado por ofrecer a sus alumnos la oportunidad de ver todas las alternativas que la libertad de expresión ofrece. A aquellos a quienes transmitir conocimientos y alentar el espíritu crítico en los niños y jóvenes nos parece el mayor de los privilegios, pero también la mayor de las responsabilidades, se nos ha encogido el corazón al enterarnos de que Samuel Paty, un profesor francés de geografía e historia de 47 años, murió a manos de un joven de 18 de origen checheno que no estaba de acuerdo con que hubiera mostrado en clase las archifamosas caricaturas de Mahoma publicadas por Charlie Hebdo. Nadie cuestiona el respeto que merecen todas las religiones, credos y confesiones. Nadie pone en tela de juicio que cada quien practique sus ritos como mejor le parezca. Pero, desde luego, lo que es inadmisible es que unos cuantos hagan prevalecer sus sensibilidades sobre las del resto. Porque aquel a quien le desagrade la manera de pensar, de expresarse, de vestirse o la forma en la que viven los demás solo tiene que darse la vuelta y no leer, ni escuchar, ni mirar. Si yo no impongo mi ideología sobre la suya, usted tampoco puede hacerlo conmigo. Porque sus derechos y sus libertades llegan hasta donde chocan con los míos y con los de los demás. Y si no le gusta, ya sabe dónde está la puerta que conduce fuera de Francia, de España, Gran Bretaña y el resto de Europa, allí donde no se respetan los derechos humanos ni las libertades individuales y solo se enseña a aprender de memoria un texto que tiene más de 1.500 años de antigüedad.
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