La democracia en España no es sólida, pero es elástica. Se deforma fácilmente y, dado que la democracia no tiene exterior civilizado, eso significa que en España nos salimos de la democracia con facilidad a dar una vuelta por la barbarie. Pero como digo es elástica. Los cuerpos elásticos son resilientes, vuelven a su forma normal después de ser deformados. Nuestra democracia empieza a tener cicatrices, pero de momento tiende a recuperar su forma básica. España, para bien y para mal, tiene la forma que permite Europa. Europa es más un sostén que un corsé y la forma que nos impone no permite audacias de justicia social, pero tampoco la involución autoritaria que rezuman los discursos que oímos en las bancadas conservadoras. Las izquierdas tienden a la melancolía y no hay día que no se laman una derrota irreversible o no sufran una decepción que justifique una ruptura y un nuevo proyecto. Las derechas deben a su génesis franquista ese estado psicótico en el que caen cuando no tienen el poder y que les hace ver a su país con la deformación grotesca con que reflejan las cosas los espejos cóncavos, como un esperpento de aquellos de Valle?Inclán. Sin el poder no tienen patria, sino tierra hostil.
Las estridencias de esta semana incluyeron a la Monarquía, que es una de esas puertas por las que a veces salimos a dar una vuelta fuera de la democracia. Cualquier republicano aceptaría un referéndum sobre la Jefatura del Estado. Eso significa que, como una consulta se puede perder, cualquier republicano considera la Monarquía como una legítima opción democrática. No puede ser de otra forma, dada la obviedad de que muchas democracias son monarquías (quizá otros deberían anotar la obviedad de que muchas más democracias son repúblicas). Por eso un republicano no debe considerar un asunto ajeno la utilidad que puede tener la figura de un Rey en una democracia. Por superiores que me parezcan los valores republicanos, vivo en un país con un Rey y me gustaría que tuviera al menos dos utilidades. Una es que, siendo una figura neutral y simbólica, ejerciera su gran capacidad para normalizar lo que en un país justo debe ser normal. Por poner solo un ejemplo, una recepción distendida del Rey con El Comidista López Iturriaga, su marido y sus hijos ayudaría a que una pareja del mismo sexo con hijos se percibiera justo como lo que es: una familia normal. Y la otra utilidad es que representara al país, pero en el sentido teatral de la palabra. En El discurso del Rey hay un momento en que el Rey Jorge V le explica al príncipe Alberto que el invento de la radio (hoy ya multiplicado por más inventos) reduce la función del Rey al más plebeyo de los oficios: el de actor. Y no es poca función: actuar para el pueblo representando la imagen de consternación cuando el pueblo está consternado, la del contento desenfadado cuando la Selección gana el mundial de fútbol, la de amargura y ánimo cuando hay una desgracia colectiva. Su neutralidad política escenifica su conducta como desinteresada y eso lo hace útil para que el pueblo se vea a sí mismo en las altas instituciones del Estado cuando verse a sí mismo aporta estímulo, consuelo o prudencia.
Por eso fue tan lamentable la pésima representación del Rey entregando su imagen a los enredos politiqueros de Lesmes. El pueblo tiene el sistema sanitario al borde del colapso, a gente en la UCI y a su sustento en derrumbe. En vez de ejercer el más plebeyo de los oficios representando a ese pueblo, divulga pucheros de descontento por haberse perdido no sé qué oropel engalanado del poder judicial. El poder judicial caducado es un zombi, un no muerto que deambula dando mordiscos venenosos al Supremo, a la vida pública y a lo que pilla por delante, por la quiebra constitucional del PP y la inmoralidad de Lesmes. Lesmes tenía en su cinturón la inhabilitación de Torra para disparar cuando más ruido hiciera porque no está ahí para lo que dice la Constitución, sino para lo que dice FAES y sobre todo para lo que le salga de las narices. No se trata de si el Gobierno impidió la presencia del Rey en aquel sarao para protegerlo del ruido que iniciarían los cartuchos de Lesmes. Se trata de que el Gobierno legítimo es el que legítimamente toma las decisiones y decide si quiere o no añadir leña al fuego judicial catalán con la presencia del Jefe del Estado. Lesmes y el PP nos sacan de la democracia a dar uno de esos paseos por la barbarie y el Rey, que no tiene pito que tocar en lo que decida el Gobierno legítimo, sale también a estirar las piernas fuera de la democracia y telefonea al no muerto para perorar al ancho mundo lo que le gusta o disgusta del Gobierno. Su llamada o fue un gesto necio corto de luces o fue un gesto reaccionario inconstitucional. Cuando Europa señala con severidad la infección autoritaria de nuestro sistema judicial, el Rey pone la Corona a chapotear en ese lodo. El Rey quedó muy lejos de cualquier utilidad que pudiera tener su figura simbólica para el país y su circunstancia. Debería ofrecer algo más que la ocurrencia del aceite y el azúcar y dejar de hacer de la Monarquía un problema más. La derecha utiliza la Monarquía como la bandera y el nombre de España, solo contra españoles. Por eso Abascal dijo que la defenderá hasta la última gota de su sangre, con pose de tebeo de Roberto Alcázar y Pedrín, como si hubiera dado un palo al agua en su vida. Menudo aval para la Monarquía.
En esta excursión fuera de la democracia, no en plan venezolano sino húngaro, Aznar ruge que la izquierda quiere perpetuarse en el poder, como exigiendo alguna actuación ajena a las urnas que impida su permanencia en el poder. En pleno desvarío, Casado dice que votamos al Rey y delira que el Presidente no puede nombrar al Vicepresidente o ministros que quiera sin consulta popular. Ya conocemos lo de sus estudios universitarios, así que toca preguntarse dónde habrá estudiado el bachillerato. Felipe González ya mimetiza sin rubor el discurso de la derecha de la ruptura y los enemigos de España. Qué habrá debajo de la alfombra para que tartamudee esas letanías. A Isabel Ayuso le tocó destacarse momentáneamente en la escala de la infamia y la mezquindad. Ayuso es facha, incompetente y mala persona. Su condición de facha hace su gestión clasista, mercenaria y sectaria. Vimos y oímos con escándalo lo que hizo y dijo de los distritos madrileños más humildes. La estamos viendo estos días de pandemia poniendo el suelo en manos de los especuladores. Su sectarismo la incapacita para ver en la política algo más que guerra y enemigos, sin rastro de actitud de servicio. Su condición de incompetente hace que sea peligrosa para la salud pública y que llene la vida pública de insensateces e irracionalidad. Su condición de mala persona la hace desleal y falta de piedad. Al PP le sale basura acumulada a borbotones. Kitchen amenaza su estructura de partido y Vox lo empapa por la puerta abierta que el PP tuvo siempre al franquismo y la extrema derecha y porque su crecimiento electoral lo está socavando. Todo esto lleva al partido a tan monumental parasitismo.
Pero deprimámonos solo lo justo. La democracia es zarandeada, pero es resiliente y acaba por recuperar su forma básica. Por encima de estos hollejos habituales de nuestra historia que a veces regurgita nuestra actualidad, nunca debemos de perder de vista el dibujo de fondo. Y el dibujo de fondo está en Europa, ahí está la forma del cuenco que adoptarán nuestros revuelos. Y está en las columnas de ingresos y gastos del Estado y las flechas que van de una a otra columna. Esas dos cosas son el verdadero momento, que suele ser menos exagerado que las estridencias que deforman la democracia, y es a lo que tenemos que estar atentos, a Europa y a la financiación y gastos del Estado, sobre todo los sociales y los servicios básicos. A eso debemos aplicar nuestra atención y encaminar exigencias y luchas. A eso y a no acompañar a la barbarie a los bárbaros en vez de reforzar la horma de la democracia (sobre todo cuando no apetece, que a todos nos tienta el atajo de la barbarie).
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