Llueve. Es Vigo, mediados de agosto; no lo parece. Es domingo y es feriado; media España debería de estar de fiesta. Es festivo, sí, pero no hay fiesta.
La Voz de Galicia titula: «Galicia suma en 24 horas 154 nuevos contagios». Estados Unidos tiene casi los seis millones de casos. En el eje París-Berlín hay preocupación; en Madrid, los fantasmas de abril vuelven. Sí, hoy llueve, pero mañana saldrá el sol. Escribir la línea anterior, y después decirla en voz alta, me hace creer que las palabras son indómitas, como si tuviesen vida por sí solas.
Hoy llueve. El ambiente y el aire se mastican, son grises. Pero mañana a los árboles y a las casas de piedra gallega será el sol quien las vista. Y todo lucirá con un brillo uniforme. Mañana, con el buen tiempo, los atardeceres se parecerán a la instantánea del verano que tanto hemos anhelado, pero que no hemos podido tener: como si fuese posible creer que lo peor de la pandemia, del confinamiento y de la crisis ha pasado. Pero el sol se irá y la ilusión esperará a que llegue otro día soleado.
Hoy la lluvia riega los temores que ya vivimos en marzo, en abril, en mayo. Los mismos que decidimos asfixiar en junio y julio. Mañana saldrá el sol. Pero un día después de mañana se terminará el verano y nos enfrentaremos a la realidad. Y los temores recién regados crecerán. Se terminará la «desescalada» amable, esa que pretendía evitar la ruina de más comercios, y volveremos a un mundo ebrio de miedo, dominado por ciudadanos y políticos irresponsables.
Mañana el mundo será más pequeño. Pero querremos seguir agrandándolo cada vez más para guardar en la lejanía nuestras miserias. Mañana el bicho hooligan de nuestros tiempos nos confirmará que un estornudo aquí es un estornudo allí, que lo que sucede en Nueva York, en Teherán, o en Buenos Aires, no sólo sucede en Nueva York, Teherán y en Buenos Aires. Y de pronto llegarán el otoño y el invierno: qué triste saber que en el mejor de los casos los viviremos en falsedad y con irresponsabilidad como lo hemos hecho con el verano.
Llueve, sí, hoy llueve. Aún es Vigo, y en sus cafeterías cantan las tazas del café al chocar con los platitos en la barra. Algunas calles huelen a café, a gofres, y a piedra mojada. Otras, a mariscadas. Mañana todo tendrá el aroma del mar, del sol, de la vida misma, pero será por poco tiempo; será en atardeceres contados.
Sí, hoy llueve. Mañana saldrá el sol.
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