Del día que Miguel Bosé hizo llorar a Toñi Moreno a aquel otro en el que «como periodista, no me ha tratado nadie peor en mi vida», que relató Carlota Corredera, pasando por el plantón a Samanta Villar, lo cierto es que la polémica actitud del artista frente a la pandemia está sacando a relucir todos los trapos sucios de su, cuanto menos, problemática relación con la prensa.
Quizás por eso, cuando le tocó a una servidora entrevistarle hace cuatro años con un nuevo disco y un premio Ondas bajo el brazo, iba preparada para que el menor de los males fuera que colgase el teléfono a la primera de cambio. Pero no fue así. Quizás se alinearon los astros o se produjo un buen entendimiento casual. Es posible que aquel día hablase más la persona, el Miguel que se esconde detrás de Bosé.
El teléfono sonó a la hora exacta. Era él desde Panamá, ni un minuto de retraso. «Aló?», saludó. Y para hacer honor a la verdad, durante los siguientes 30 minutos resultó arrebatador. Ni una mala palabra. Ni siquiera ante una cuestión que le resultó dolorosa por la reciente muerte de su adorada Bimba, y que esquivó con una amable invitación a que le hiciese otra diferente. Incluso se descubrió como un tipo paciente cuando, ante las prisas de su agente para que le lanzase la última pregunta, accedió divertido a mi descaro aceptando que fuesen dos más. Conmigo, qué quieren que les diga, Bosé se portó bien.
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