Uno de los problemas para la práctica educativa deriva de que el conocimiento cada vez está menos encarnado, para los niños, adolescentes, y jóvenes actuales, en figuras que representan el saber. Esto está favorecido por la expansión del mundo virtual que posibilita un acceso al supuesto conocimiento, al alcance de un clic, sin pasar por la presencia de quien lo atesora. Hoy el saber parece estar en el bolsillo, no es el objeto precioso que posee el profesor. Del saber del profesor, de los padres, del sabio, se ha pasado al saber de Internet.
Pero la auténtica educación, la que deja huella, está sostenida siempre en un deseo que no es anónimo. Casi todos hemos sido marcados por algún profesor de modo inolvidable. Por eso la labor educativa fundamental es la menos programable: consiste en despertar el deseo de saber. La sorpresa, la pasión por el saber, no se transmite solo en los contenidos y exige la voz, la mirada, la presencia corporal. Por eso toda educación digna de ese nombre es presencial. A nivel virtual se pueden transmitir informaciones y contenidos, pero el encuentro educativo se ve limitado si se produce detrás de una pantalla.
La presencia del docente es especialmente valiosa para los alumnos cuyos padres tienen más problemas personales, económicos o culturales para realizar una labor de apoyo educativo. La función del profesor es todavía más decisiva en estos casos y constituye un elemento fundamental para evitar la brecha educativa derivada del origen familiar y poder permitir la promoción social del talento.
El inicio del curso de modo presencial en la situación de crisis sanitaria que atravesamos, aunque se adopten las medidas preventivas posibles, tiene riesgos. Dejar a nuestros niños y adolescentes sin escolaridad presencial durante un tiempo ilimitado también los tiene: para ellos y para sus familias. Por esto me parece apropiado iniciar el curso de modo presencial. Pero la auténtica decisión, sobre esta cuestión, tiene que ser política.
Cada vez más los políticos dimiten de su acto, y de sus posibles consecuencias, refugiándose en las valoraciones de los expertos. Estas valoraciones, que supuestamente están basadas en evidencias científicas, se revelan a menudo enormemente variables. No consultar a los expertos sanitarios y educativos sería irresponsable, pero el político no debe dimitir del acto que le corresponde. Quien ha querido tener el poder tiene que tomar la decisión en nombre propio, y a riesgo propio, si quiere estar a la altura de su función.
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