El reto de manejar la nueva distancia social

José Manuel Orrego
José Manuel Orrego REDACCIÓN

OPINIÓN

Midiendo la distancia en el Montecelo de Pontevedra
Midiendo la distancia en el Montecelo de Pontevedra Ramón Leiro

25 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La huella que dejará el coronavirus en nuestra vida es imposible de prever, nos hace falta perspectiva y ésta sólo la tendremos cuando recordemos este trance como una anécdota remota. Pero quizás un aspecto que dejará cicatriz sea el referido a nuestros hábitos de comunicación, me refiero a la proxemia o a la forma en que manejamos la distancia interpersonal.

Sabido es que los españoles somos besucones, nos gustan los abrazos, los achuchones y otras formas de contacto físico, no piense que esto lo hacemos porque nos queremos, la explicación es meramente cultural; somos invasivos, incluso podríamos pensar que hay cierta hipocresía social en todo esto -me viene a la mente la escena del Padrino donde un beso significa «te voy a matar»-. Los antropólogos saben que los países mediterráneos y también los de Hispanoamérica, tienen en común esta peculiaridad. El porqué de esta conducta es difícil de explicar, hay muchas teorías; desde las que apelan a los rigores del clima a las que aseguran que hay una base biológica, en concreto en la amígdala, una región de nuestro sistema nervioso implicada en la regulación de la distancia interpersonal. Sea por el motivo que sea, cuando un sueco, canadiense o norteamericano llega a España se queda desconcertado ante esta costumbre tan… -insolente piensan muchos de ellos-.

El estadounidense Edward T. Hall, experto en comportamiento humano, propuso una teoría ya clásica, ésta trataba sobre las distancias que mantenemos en nuestras relaciones sociales. Hall hablaba de cuatro categorías que iban desde la más próxima a la más distante y denominó: íntima, personal, social y pública. Las que más nos interesan hoy son la distancia íntima y la personal. Para este autor la íntima se daba cuando dos interlocutores mantenían una separación de menos de 45 centímetros y estaba restringida sólo a personas de nuestro círculo más próximo: familiares, amistades o relaciones sexuales, la otra categoría, la personal, se reservaba para conocidos, colegas o para conversaciones habituales ya sea por trabajo o causas circunstanciales y en este caso la distancia aproximada era de un metro. Lo cierto es que los investigadores se dieron cuenta que las personas nos posicionamos enfrente de nuestro interlocutor de una manera inconsciente, y este posicionamiento nos da información muy importante sobre nuestro contertulio. Quién no ha sentido simpatía o antipatía por alguien sin razón aparente, si a usted le ha pasado quizás hubiera sido porque intuitivamente fueron detectadas incoherencias entre el contenido del mensaje verbal y la proxemia. Cada cultura tiene unas distancias establecidas y sin darnos cuenta, los miembros de una misma comunidad asumimos esa separación como una fuente más de información. Otro asunto es cuando se producen interacciones entre personas de distintas culturas. Por ejemplo, cuando un asiático, estadounidense o europeo del norte se relaciona con un español, italiano, o argentino puede surgir una disonancia originada por esa falta de armonía a la hora de manejar las distancias. Mientras que los primeros guardan una distancia personal superior a un metro nosotros reducimos o invadimos su espacio creando situaciones violentas o peor aún malentendidos.

Y ahora qué va a pasar, lo cierto es que nadie lo sabe, este secular hábito tan nuestro del contacto ha sido borrado por decreto y muchos de nosotros no sabemos cómo utilizar el espacio social, seguro que no es la primera vez que nota como algún viandante que le viene de frente se va separando de usted como si con su mirada le infectara o cómo ese escrupuloso ciudadano que guarda cola le mira recelosamente para comprobar si la distancia se mantiene ¿y qué me dicen de esos saludos donde nuestra mano vacilante no sabe qué hacer? Vivir nuestras relaciones sociales al estilo escandinavo no es fácil para un país donde la palmada, el abrazo y el beso eran acciones habituales. ¿Y el saludo con el codo? ? lo siento yo me niego, prefiero hacer una genuflexión japonesa antes que hacer esa esperpéntica pirueta.

Aún hay más, nos olvidamos de la mascarilla, no me diga que con este artilugio el deterioro de la comunicación no ha sido brutal, el mensaje ha quedado restringido al ámbito verbal y mucha de la riqueza paralingüística que acompaña al intercambio de información ha desaparecido. Este obligatorio atuendo ha eliminado la expresión facial, el movimiento de la boca y en definitiva al lenguaje corporal. Puede que esta realidad parezca banal, pero piense que para algunos es difícil renunciar a un hábito milenario ¿cómo cerraremos un trato sin ese apretón de manos al estilo fenicio?, ¿cómo saludaré a un amigo que llevo tiempo sin verlo?, ¿cómo captaré la honestidad de alguien con la cara tapada? No sé si llegaré a acostumbrarme a estas relaciones robotizadas fruto de los tiempos en que vivimos, pero al menos me consuela pensar que esto de las mascarillas ha igualado a guapos y feos.