
Se nos ha ido Julio Anguita, compañero de la izquierda y amigo, es verdad que en la distancia del espacio y del tiempo transcurrido, pero no en los afectos, que aunque con altibajos, se han mantenido.
Se nos va el dirigente carismático que protagonizó toda una época de la izquierda. La de la épica y la ética políticas en que todo parecía al alcance de la voluntad democrática de los españoles.
La de la transición política y la escuela de los primeros ayuntamientos democráticos. La de la construcción del Estado social, de la integración en la Union Europa y la descentralización a las Comunidades Autónomas.
Después vino el momento de la política de consumo y la mera gestión que culminó con la crisis económica de la mano de la corrupción.
Julio Anguita demostró entonces, desde la alcaldía de Córdoba, su coherencia con las ideas de la izquierda, su capacidad de gestión y al tiempo su cercanía a los vecinos.
Una época en que comenzó a labrarse un merecido prestigio de hombre honesto y coherente con sus ideas como se ha destacado por todos, pero también capaz de dialogar, de gobernar a veces en minoría y de plasmar sus ideas en programas posibles que cambiaron su ciudad. No en vano su proclama de programa, programa, programa.
Mi coincidencia con Julio se produce primero en la dirección del PCE y luego en los inicios de IU, pero más en particular cuando alcanza la coordinación de Izquierda Unida como sucesor de Gerardo Iglesias.
Julio es para mí, a partir de entonces, un compañero, un amigo y a la vez un maestro que destaca por sus dotes parlamentarias con un estilo pedagógico y su carisma como principal referencia de la izquierda en momentos críticos. El mismo estilo didáctico de profesor amable que le llevaba a acompañarte como cicerone por las calles de su querida Córdoba.
Le tocó lidiar con la compleja situación política del declive del felipismo que marcó su trayectoria y sus relaciones políticas tanto externas como dentro de la propia IU con la que tanto quería.
Apasionado de la historia, la cultura clásica y la razon, intentó deacralizar la política de alianzas, tanto en el seno de IU como en particular con el PSOE.
En este sentido protagonizó nuestra mejor época electoral, que casi inmediatamente devino en otra crisis. Una más de las ya crónicas en la izquierda.
Su corazón le impulsó siempre, pero al tiempo le jugó varias malas pasadas que le obligaron finalmente a dejar su responsabilidad, pero supo hacerlo situándose, no tanto como ex coordinador, sino como referencia política y moral del conjunto de las gentes de izquierdas y el republicanismo político.
En ese sentido, puedo decir que siempre conté con su apoyo, primero para un relevo complicado en una situación de orfandad en la dirección de IU, y una vez ya al frente de la coordinación, también con su consejo y a veces en los tiempos más recientes con su discrepancia, siempre con la sinceridad y lealtad al proyecto que le caracterizaron.
Nuestras diferencias han sido las lógicas en política. Él condicionado por una época de mayorías sucesivas y casi un régimen del PSOE, y yo en el período de mayoría absoluta de las derechas y con una presencia reducida en las primeras mayorías plurales de la izquierda.
Luego vino el 15M y la marea populista y nos situó a ambos lados de la coalición de Unidas Podemos y del derecho a decidir independentismo. La coyuntura nos marcó.
Una relación también, las menos de las veces por suerte para él, entre médico y paciente. Recuerdo una discusión en que se empeñaba en bajar al interior de una mina cuando estaba aún convaleciente de su primer infarto.
Al final le pudo su gran corazón, para bien y para mal.
El fallecimiento de Anguita, precisamente cuando empezamos la llamada desescalada es una noticia muy triste, porque supone una pérdida irreparable, pero significa también un ejemplo de coherencia y honestidad para reivindicar y revitalizar la política y la propia izquierda.
El abrazo de Genovés a él sí le representa.
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