Inés Arrimadas, que nació cuatro años después de los Pactos de la Moncloa, lanzó la idea y Pedro Sánchez la abrazó con entusiasmo: la reconstrucción de una economía devastada necesita el concurso de todos los partidos y agentes sociales. Visito los sondeos publicados estos días y la respuesta es nítida: nueve de cada diez españoles apoyan los pactos y ocho de cada diez creen que no habrá acuerdo. ¿Cómo casan el amplio respaldo social con el extendido escepticismo? ¿Acaso a los partidos políticos les gusta desairar a los ciudadanos? No lo creo. El problema consiste en que, en momentos de crisis, lo bueno para el país puede ser malo para el partido. Y viceversa: el incendio arrasa la economía pero también quema al Gobierno de turno. Lo que plantea un serio dilema a la oposición, significadamente al PP de Casado: o meterse en las llamas para ayudar a extinguirlo, con el riesgo de que su partido sufra también quemaduras, o azuzar el fuego y contemplar con satisfacción cómo arde el jefe de los bomberos.
Similar encrucijada se le planteaba al PSOE en vísperas de los mitificados Pactos de la Moncloa. Los consideraba una trampa tendida por Adolfo Suárez para diluir sus responsabilidades en la crisis económica. Igual que ahora Pablo Casado califica de «trampantojo» y truco propagandístico la propuesta de Sánchez. Los epítetos para descalificar a Sánchez tampoco desmerecen de los dirigidos a Suárez por la lengua viperina de Alfonso Guerra: le llamaba «tahúr del Misisipi», «perfecto inculto procedente de las cloacas del franquismo» e incluso golpista que no dudaría en «subirse a la grupa del caballo de Pavía».
El PSOE temía salir trasquilado de la Moncloa, porque allí se cocían medidas impopulares como flexibilizar el despido o limitar las subidas salariales. Casado se resiste a entrar también porque la reconstrucción requiere más gasto sanitario y educativo, ambiciosos planes de inversión, protección de los damnificados por la crisis, más deuda pública y tal vez subida de impuestos: las medidas que siempre repudió la derecha liberal.
Felipe González decidió a última hora sentarse a la mesa: temió quedarse descolgado después de que Carrillo aceptase el envite. UGT se opuso a los pactos y solo los firmó a posteriori. Al final hubo fumata blanca y del resultado se benefició el país. Pero tampoco el PSOE salió malparado. Los pactos despejaron el camino a la Constitución, la UCD de Suárez ganó las primeras elecciones democráticas -mismos resultados que dos años antes, 47 escaños más que los socialistas- y el PSOE obtuvo el 28 de octubre de 1982 su más clamorosa victoria electoral. Nunca se arrepintió de haber aceptado la invitación de Suárez.
La historia enseña que en tiempo de crisis el acuerdo beneficia al país, pero no impide ejercer la oposición ni necesariamente perjudica a quien arrima el hombro. Aún así, soy escéptico, porque veo a Casado paralizado por su miedo tóxico a Vox y al pie del crematorio, con la urna preparada, para recoger las cenizas de Sánchez. Por el bien de todos, espero que se congele durante la espera.
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