Otra epidemia no menos invasiva está campando de manera sumamente descontrolada con motivo de la que está arrojando cada día que pasa centenares de fallecimientos en España. Lo dijo hace unas fechas el subdirector general de Logística e Innovación de la Policía Nacional: en este país se han creado en un mes nada menos que un millón y medio de cuentas en las redes sociales con objeto de manipular la información y crear contenido spam.
Esto quiere decir que convivimos a diario -salvo en periodos de confinamiento como el que pasamos- con al menos millón y medio de criadores de basura a los que una población bien informada debería mandar a la mierda, pues mierda son quienes esparecen mierda, a costa en este caso de la salud pública, nada menos.
Me siento harto de mandar a su sitio día tras día a esos mierdas, convencido de que si la difusión de esa mensajería mefítica es cosas de esos sujetos, su redifusión es asunto de todos, y para que esto ocurra lo menos posible es menester saber elegir los canales de información que más confianza nos merezcan.
Cierto es que también entre los medios de comunicación profesionales se vienen dando en estos últimos años contenidos donde se redactan titulares con el infundio por reclamo, pero cada lector debería hacer primar la fuente de información antes que el propio contenido, máxime cuando lo que está en juego es la salud de la nación.
Hacer viral el virus del bulo o la falacia, multiplicando el basural de ese millón y medio de cuentas que lo crían, no sólo retrata a una comunidad de idiotas cebada en la ignorancia. También la puede hacer víctima de lo que todos deberíamos estar combatiendo: el engaño y la tergiversación (coronafake) de una cuestión vital.
En tiempos de guerra -dijo Winston Churchill-, la verdad es tan preciosa que debería estar protegida de la mentira por un guardaespaldas. El periodismo digno debería ser ese guardaespaldas.