El descalabro de la economía está asegurado. Ni la caridad nos libra de él. Y, a buen seguro, que será mayor que el de la crisis del 2008. Ha dicho Draghi que estamos ante «una tragedia humana de proporciones potencialmente bíblicas». Y advierte que el coste de las actuaciones para combatirla «hacen inevitable una profunda recesión». Recomienda también el expresidente del BCE -y de esto Draghi sabe mucho- que el papel del Estado ha de ser ahora el de «desplegar su balance para proteger a los ciudadanos y a la economía contra shocks de los que el sector privado no es responsable y no puede absorber».
Por las paredes ha de andar subiéndose el italiano, y no precisamente por los efectos del confinamiento. Sino más bien por el desespero de tener que observar de nuevo -y, esta vez, sin manguera con la que apagar el fuego- a la Vieja Europa descerrajándose un tiro en el pie. Esa odiosa y absurda costumbre suya.
Sugiere Mario Draghi -a cuyos muchos dedos de frente se puede atribuir la salvación del euro en lo peor de la crisis de deuda que asoló el continente no hace tanto-, que la magnitud del desafío al que nos enfrentamos exige un cambio de mentalidad. Como en las guerras, mantiene el exbanquero, es momento de que los europeos se apoyen los unos a los otros y unan sus fuerzas en una causa común: vencer la pandemia y evitar que esto acabe como el rosario de la aurora. En una Gran Depresión. A ver si hay vida inteligente ahí fuera y lo escuchan. Igual diciéndolo en neerlandés...
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