I. La plaga
Se habla mucho del madrileño que, desde hace más dos semanas, ha venido a Asturias a pasar estas forzosas vacaciones, alejándose de paso de la región que, de lejos, más infectados registra. No se habla tanto del vasco que, no obstante, ha colonizado Cantabria y, cruzando el Deva, se ha extendido hasta el Sella, principalmente por la costa, y con Llanes como imán de imanes.
Al igual que Torra, Urkullu está enfurecido porque el Gobierno de España se haya hecho con el control de su nación (y de su policía-ejército) con el «pretexto del coronavirus». Desde las coordenadas mentales de ambos, en clave de sangre y raza incontaminadas, se comprende el malestar de estos déspotas (Torra no aplica el Estado de Alarma), aunque llama la atención el hecho de que Urkullu no pidiese a sus compatriotas que no abandonasen su patria, donde el virus está bastante extendido, para no extenderlo a su vez por Cantabria y Asturias.
En todo caso, estos vascos colonizadores son una plaga. El vasco nacionalista tipo, ya sea votante del PNV, ya de Bildu, rezuma impertinencia. Ensoberbecido, es un pedante, un tosco pedante que se hace notar allá donde vaya con sus vozarrones y su vocabulario en euskera (limitadísimo porque desconoce el idioma) para mostrar sus orígenes exclusivos. Un pueblo exclusivo es la hostia, palabreja que forma parte de su identidad. Y sobre esta exclusividad, cabalga con pedantería, ridículo él.
(Un honesto y demócrata amigo me ha pasado un tuit de la golpista Clara Ponsatí, fugada en Escocia, y compartido y aplaudido por el cabecilla de la sublevación, el también fugado Carlos Puigdemont, en el que se burla de los fallecidos en Madrid a causa del coronavirus: «De Madrid al cielo», escribió. El portero de fútbol Pepe Reina escribió sobre estos dos miserables: «Hace falta ser hp…». Por mi parte, afirmo: «Hace falta ser hijos de puta». Para mi honesto y demócrata amigo, los nazis catalanes, de poder materializarlo, nos gasearían, a los españoles, y luego se desharían de los cadáveres en hornos crematorios. Yo no tengo duda de ello).
II. El mito de origen
Creyéndose no indoeuropeos (¡?), la fe en unos orígenes de la hostia, vedados al resto, y de antigüedad no computable, los vascos han compuesto una narración mítica que Sabino Arana aderezó de rabioso racismo antiespañol, y Javier Arzalluz de Rh-negativo privativo, y ETA de muerte, y Bildu, con ERC y la CUP, de lavadero de la sangre de las víctimas.
Pero, hablemos de la sangre, de la sangre Rh-negativo. Resulta que los vascos no son los únicos en portar este grupo sanguíneo. Los portugueses tienen tanta frecuencia de Rh-negativo como ellos, y no sé yo si el ego vasco está en condiciones de ser hermanos de sangre de los portugueses, más que nada porque los compañeros de armas de los vascos, los catalanes, meten en el mismo saco a portugueses y españoles, introduciéndose ellos en el saco de los franceses, que a su sucio juicio son también la hostia, ocultando avergonzados su ascendencia íbera.
No termina aquí la historia biológica de estos vascos privilegiados. En el cromosoma 6 del ADN humano se halla el Antígeno Leucocitario Humano (HLA), producido por un conjunto de genes que reciben el nombre de Complejo Mayor de Histocompatibilidad (CMH). Como no es este el lugar para desarrollar las funciones complejas de la histocompatibilidad y del antígeno, baste con decir que son fundamentales en el sistema inmunitario.
Pues bien, la secuencia genética del ADN ha identificado el siguiente número de alelos del HLA: 83 del HLA-A, 186 del HLA-B, 184 del HLA-DRB1, 18 del HLA-DQA y 31 del HLA-DQB. Con la toma de muestras de sangre a grupos de poblaciones significativos, uno de los resultados que han obtenido los investigadores es que los vascos de San Sebastián, los españoles de Madrid y los portugueses de Coímbra son los europeos más próximos a los argelinos. Es decir, que argelinos, vascos, portugueses y españoles están más emparentados entre sí que con el resto de los europeos.
Hay, no obstante, más inquietantes revelaciones para los pura sangre vascos. El haplotipo (combinación de genes) A-29-B44-DR7 está muy presente en vascos, portugueses, españoles, franceses del oeste e ingleses del sur, en una proporción inédita en el resto de la población mundial.
El haplotipo A30-B18-DR3 es general en el Magreb, el Sáhara y Egipto. Esta vastísima área era hace unos 8.000 años un vergel que se fue desertizando por un cambio climático drástico, lo que obligó a sus habitantes a cruzar el Mediterráneo y entrar en la península Ibérica e islas del Mediterráneo occidental. Esta migración ha quedado impresa en el haplotipo A30-B18-DR3, que comparten vascos, españoles y sardos.
Sin embargo, todavía más denigrante para estos necios es que también portan sangre indoeuropea (¡?), a través del haplotipo A1-B8-DR3, frecuente en el norte y centro de Europa. Entre otras tribus indoeuropeas, los celtas invadieron el sur del continente, y los vascos no pudieron evitar ser contaminados de nuevo (recuérdese: primero recibieron transfusiones de sangre de los, para ellos y para los catalanes, subhumanos africanos). Así pues, vascos, españoles y portugueses vuelven a tener en común otro significativo marcador genético.
Por último, los desplazamientos entre el III y II milenio de los camitas (bereberes y norteafricanos en general) ha proporcionado una base genética común a argelinos, vascos, españoles y portugueses. O sea, la exclusividad racial del pueblo vasco es una falacia. Su sagrada sangre, y la del pretendido pueblo catalán, es, en sus componentes básicos, la misma que la de las «alimañas» (Torra dixit) españolas y africanas.
La única diferencia que puede esgrimir el vasco es que evitó en gran medida ser un bastardo de romanos y musulmanes, hazaña que, sin embargo, le mantuvo durante siglos confinado en valles angostos y montes inhóspitos, ajeno por consiguiente al más fecundo progreso cultura de la Antigüedad, el grecolatino, y al árabe de la Alta Edad Media. Solo a partir del siglo IX los astures, leoneses, castellanos, navarros y aragoneses rompieron parcialmente ese confinamiento y los bárbaros vascos supieron qué era la civilización. Con Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, el vasco entró de lleno en la Edad Moderna.
Desde la Lingüística, el tótem sacrosanto del euskera (este sí que es no indoeuropeo) se volatiliza. Tenida como una lengua de fábula, por enigmática y hasta cabalística, el euskera es, ni más ni menos, una ramita al lado de otras ramitas de la familia camita. Esto quiere decir que el idioma vasco nació de la misma raíz que el sumerio, el egipcio faraónico (hoy, copto) y la multitud de dialectos bereberes.
Uno de los principios que me quedó grabado de la lectura de los textos del fundador de la Antropología Estructuralista, el belga Lévi-Strauss, fue que los muy abundantes relatos de origen son, una vez estrujados, un «único mito».
Por su parte, Antístenes, ateniense del siglo V a.C. y fundador de la Escuela Cínica, echó un jarro de agua fría sobre los atenienses, en ese momento imperialistas impertinentes, al decirles que, por su «autoctonía», eran tan «nobles» como las «lagartijas y los saltamontes». Antístenes, agudo él, se estaba anticipando al Helenismo cosmopolita y su humanitas, creadora de la Europa del «buen hombre», hoy arrollada ella y, en consecuencia, arrollado él por los nacionalismos fóbicos.
(Para la escritura de este apartado II me he valido de los siguientes volúmenes: Los Pueblos de España, 2 tomos, y De los Arquetipos y Leyendas, de Julio Caro Baroja; El bosque originario, de Jon Juaristi, y El origen de los vascos y otros pueblos mediterráneos, de Antonio Arnáiz y Jorge Alonso García. Estos firmantes recurrieron a decenas de autores y estudios elaborados con principios científicos).
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