Al final del primer Operación triunfo de la nueva era, algunos de los mayores elogios de sus responsables fueron para las familias de la generación Almaia por haber sacado adelante a unos «chicos estupendos», «gente muy sensata y con la cabeza bien amueblada». Aquella edición que descongeló la marca OT reunió a una selección modélica con la emoción de la primera vez en un reality que, estando en la televisión pública, presume de tener un ingrediente de docencia y valores dentro de los márgenes que el entretenimiento permite.
La actual de OT ha arrancado convulsa como una reunión adolescente de la vida real. Dentro de la academia, hay alumnos que defienden que un concurso de tres meses le da mil vueltas a un conservatorio, «asín de claro te lo digo». También hay exaltación exprés de la amistad. Los aspirantes se hicieron un tatuaje colectivo en señal de camaradería antes de la primera gala, pero van descubriendo poco a poco bajo el escrutinio de las cámaras los sinsabores de la convivencia. Tras apenas una semana de encierro, la directora Noemí Galera ya ha tenido que impartir una severa tutoría recurriendo a clásicos como «o recogéis esto o cogeré una bolsa de basura grande y lo tiraré todo». Con tono de madre asertiva ha intentado reconducir a una concursante que va sin rumbo y a las que las redes sociales piden ajusticiar.
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