No se puede enseñar un truco nuevo a un perro viejo. Y no hay perro más viejo que la tradicional Guardia Pretoriana?Republicana de la teocracia iraní. Así, el asalto a la embajada de Estados Unidos en Bagdad del pasado 31 de diciembre es casi una copia del sufrido hace cuatro décadas en la delegación diplomática que existía en Irán. Cierto que aquel evento supuso casi año y medio de secuestro de la cincuentena de funcionarios que había en la misma, mientras que este ataque ha remitido tras la promesa realizada por el Gobierno iraquí de plantear al parlamento la continuidad de las tropas norteamericanas en su territorio, pero la táctica es la misma. No es de extrañar ya que Abu Mahdi al Muhandis, el líder de la milicia chií proiraní Kataib Hezbollá, o Brigadas del Partido de Dios, que lo ha llevado a cabo, entre otros cargos fue miembro de la Fuerza Al Quds que dirigió los ataques a su ciudad natal de Basora durante la guerra entre Irán e Irak.
Esta agresión se enmarca en la disputa que el gobierno de los ayatolás mantiene con Donald Trump y que ha alcanzado un nuevo pico con el bombardeo a esta milicia en la frontera occidental con Siria. Estados Unidos bombardeó sus posiciones como represalia a los treinta cohetes lanzados el 27 de diciembre contra una base militar en Kirkuk que ocasionaron la muerte a un contratista civil norteamericano.
Sin embargo, nada tiene ver con las manifestaciones que miles de iraquíes llevan protagonizando desde el 1 de octubre pasado, en el marco de la denominada Revolución Tishreen, como protesta por la corrupción, el desempleo y las graves carencias de las infraestructuras tras la llegada de la democracia en el 2005. Por el contrario, podría interpretarse como un recordatorio de la influencia que Irán ejerce en los asuntos internos iraquíes, una cuestión que irrita profundamente a los manifestantes y que forma parte de sus consignas de protesta. Unas protestas que, por otra parte, Irán ha intentado sofocar sin éxito.
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