Los años que concluyen se van a morir a la mar, se escapan por el poniente como en un naufragio anunciado que deja intacta la memoria de un pasado de doce meses. Se escurren por la pleamar del mediodía, si es que tocan a esa hora las mareas vivas, y dejan que el nuevo año navegue sin riesgos hasta esta orilla donde lo estamos aguardando.
Los años pasan raudos, corren veloces por el calendario, por el almanaque colgado en nuestra estancia y en nuestro smartphone, en donde miramos de reojo como con los años pasa la vida.
Hubo un tiempo que san Malaquias o Nostradamus contaban las características de los años del futuro, incluso Orwell se atrevió a profetizar un mundo construido con materiales anticipatorios de ciencia ficción aunque no se cumplieran su presagios.
El Calendario zaragozano y O gaiteiro de Lugo dan cuenta anticipatoria de como van a transcurrir los días anunciando que los inviernos por venir serán fríos y los veranos que vendrán serán calurosos. En los meses de heladas y nieblas peligrarán las cosechas, y cuando toque sequía se secarán las fuentes. Pero eso era antes de los trenes, de los convoyes de ciclogénesis sucesivas y de los sobresaltos del cambio climático, eran los días que venían descritos en el Ramayana con su corazón de oro, cuando las tardes de luz de enero eran según Cunqueiro «más fugaces que las rosas».
Pero aquí estamos, aguardando los tiempos por venir, las catástrofes que harán temblar la tierra, la avaricia y el egoísmo que medrarán por todos los confines del planeta, el fanatismo y la muerte que vendrá precedida de la paz armada, la infamia y el dolor, el triunfo parcial del mal que ya habita entre nosotros y vino para quedarse.
El año veinte del siglo veinte y uno no será mejor que el año precedente, acaso peor y eso está escrito en las grandes fortunas de los ricos que han motivado que los pobres sean este nuevo año todavía mas pobres.
Antes se decía en los poemas cantados del bardo, que los años acabados en cero, serían pacíficos, que las plagas no golpearían las cosechas, y que el vino medraría en las vides y en las bodegas sin mildius y filoxeras que lo amenazaran.
Son años según la crónica antigua del libro de los viajes, que están al inicio de una cierta edad de oro, año par bueno para bodas y para que nazcan niñas y niños que pueblen las plazas del mundo.
Pero ya la incertidumbre es el mayor de los males que nos acorralan, aunque, y de eso estoy seguro, en marzo nacerá en esta parte de la cristiandad, una, otra nueva primavera que hará que broten miles de flores en los campos, saldrá el arco iris tras la lluvia, y en los primeros días de abril volverá a cantar el cuco como siempre.
Y nosotros pasamos con los años, de uno para otro, y por la mar avanza insolente la barca que trae al año nuevo. Ya está llegando.
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