Conviene, aunque solo sea para darnos un respiro en Navidad, abandonar momentáneamente la melé política y reflexionar sobre la marcha de nuestros asuntos económicos. A juzgar por el espacio marginal que estos ocupan, aplastados informativamente por el guirigay político, diríase que las cosas no van del todo mal. Impresión esta desmentida por Bruselas que, en su examen de otoño, suspende a España por sus elevadas tasas de paro, deuda y déficit.
Bruselas, que suele omitir en sus informes otras materias troncales como las desigualdades sociales, tiene razón. Las tres asignaturas citadas se nos han atragantado y no conseguimos superarlas desde el curso 2008-2009. Especial gravedad reviste el suspenso en empleo, porque la nota es desastrosa: la tasa de paro en España supera en siete puntos la media europea. Y porque toca hueso: el empleo, junto a la productividad y la distribución de la renta, forma parte del trespiés utilizado por Krugman como baremo para determinar la salud de una economía. Número de trabajadores ocupados, riqueza que genera cada trabajador y reparto de la riqueza creada. Si esas tres cosas van bien, nada puede ir mal. Pero si alguna pata del trespiés cojea, nada puede ir bien.
Las calificaciones otorgadas son justas, pero anticuadas. España tiene un triple problema de paro, de endeudamiento y de déficit. Lo tenía, y aún más acusadamente, el otoño del año pasado. Y lo tendrá, por mucho que mejore, en el otoño del 2020. Pero más interesante que el recordatorio de las asignaturas pendientes es conocer la evolución del alumno. Y esta, a juicio de Bruselas, está siendo positiva pero insuficiente. España progresa, pero no adecuadamente.
El empleo crece y el paro baja, pero cada vez con menor fuerza. Necesitaremos no menos de tres años para recortar en dos míseros puntos la tasa de desempleo. La deuda pública «se está reduciendo lentamente»: superaba el 100 % del PIB en el 2017 y ahora se halla en el 96,4 %, todavía a años luz del objetivo del 60 %. (le recomiendo al lector que no caiga en la trampa habitual de cuantificar el endeudamiento en miles millones, porque entonces nunca sabrá si crece o mengua, si es mucho o poco: una deuda monstruosa para un perceptor del salario mínimo supone una insignificancia para un ricachón). Y el déficit público, por más que se desvíe de la senda marcada por Bruselas, también disminuye lentamente.
Todos esos progresos se deben, fundamentalmente, al ciclo expansivo de la economía española. Y se ven amenazados, en consecuencia, por la perceptible desaceleración de la actividad. Por eso, y porque nos encontramos en fechas navideñas que atenúan el pesimismo, quiero resaltar los signos positivos que asoman por el horizonte. Ya son mayoría los expertos que pronostican que la desaceleración no pasará a mayores ni se transformará en recesión. Como Christine Lagarde, presidenta del BCE, que ve signos de «estabilización» en la eurozona. E incluso hay quien augura vientos de recuperación en el primer semestre del año. Ojalá.
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