Notas para el negador del cambio climático

OPINIÓN

08 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

4+4

Quienes (a) niegan que esté habiendo un cambio climático y quienes (b), admitiéndolo, niegan que el hombre lo cause, se apoyan en argumentos de este calado:

1)  Los fenómenos atmosféricos adversos son una constante y los actuales están dentro de esa constante (a).

2) El clima ya mutó muchas veces en el pasado y la actual es una más, y ni mucho menos una de las peores, e independiente de la acción del hombre (b).

3) Cientos de científicos o niegan el cambio o lo matizan para abjurar del adjetivo «catastrófico» (a y b).

4) Detrás de la teoría del cambio hay intereses económicos de mucho peso, en la línea del “capitalismo verde” (a y b).

Por nuestra parte, respondemos:

1) Que sean una constante no elimina la causa de cada una de la serie de constantes. Cada causa contiene una etiología, y de cada una de ellas se derivan consecuencias diferentes. La enfermedad es una constante, pero cada enfermedad (o agrupaciones de ellas según criterios anatómicos, fisiológicos, celulares, víricos, bacterianos, etcétera) es rea de una génesis, a veces tan enigmática y maligna que constituye todo un reto para la Medicina (a).

2) Pongámonos en el supuesto de que en el inicio de la aviación comercial los siete primeros accidentes fueron debidos a fallos mecánicos. Si esto es así, ¿estaremos en disposición de aseverar que el próximo accidente, el 8, no implicará un error de los pilotos? Que el hombre jamás haya provocado una mutación climática, ¿acaso lo descarta como sospechoso, con los indicios que manejan los inspectores que llevan el caso y que se centran en los más de 200 años que llevamos quemando carbón, petróleo, producción fabril de compuestos químicos altamente venosos…? (b)

3) Cabría examinar detenidamente los argumentos científicos de quienes niegan o acotan, pero este es un artículo, no una tesis para ser leída en un congreso especializado. No obstante, «cientos» se opone a «miles», porque son miles los expertos (desde geólogos a geógrafos, de climatólogos a físicos, de químicos a biólogos, de botánicos a zoólogos) que avalan el cambio climático, y entre ellos se hallan los autores de los trabajos encargados por la ONU, los climatólogos de la Organización Meteorológica Mundial y los investigadores de nuestro CSIC, de probada competencia. Sabemos de primera mano que cantidad no equivale a calidad, pero la calidad, en ocasiones, coincide con la cantidad (a y b).

4) No podemos negar la mayor, los «intereses económicos». Sin embargo, creemos, no basta con aducir la rapacidad; esta está en causas nobles (ONG) e innobles (casi cualquier proyecto y materialización humana). Al mismo tiempo, la oración, permítanme decir, podemos ponerla en pasiva: los intereses económicos también están en el bando contrario, y son de una magnitud abrumadora; en la Cumbre del Clima de Madrid no están EEUU, Rusia, China e India (a y b).

4.600-2019

Emprenderemos ahora un corto viaje al pasado y regresaremos con información que nos ayudará a comprender lo que está pasando, ciñéndonos hasta el límite a los registros empíricos y expulsando opinión.

Hace unos 4.600 millones de años empezó a formarse la Tierra. Pasado el infierno inicial, al que siguió el auténtico diluvio universal (llovió durante millones de años seguidos). Alrededor de 800 millones de años después aparecieron las primeras trazas estables de corteza y una débil atmósfera de metano, agua, amoníaco y otros gases en cantidades muy pequeñas. La vida unicelular (procariotas: sin núcleo) pudo surgir al mismo tiempo, o muy poco después. Tuvieron que transcurrió otros 2.000 millones de años para que las células se protegieran con una capa externa (eucariotas) y una bacteria atrapada en la eucariota se convirtiese en una mitocondria, que es la que genera la energía de la célula compleja, en un proceso denominado simbiosis por su descubridora, la bióloga Lynn Margulis (Microcosmos, Tusquets, 1995), ex esposa del mítico astrónomo y divulgador del universo Carl Sagan.

Pero la era Precámbrica seguiría aún más tiempo, y unos 140 millones de años antes de su conclusión, ocurrió algo sorprendente: como aparecidos de la nada, en las colinas de Ediacara, Australia, y luego en otros lugares, se descubrieron los primeros animales, de cuerpo blando, de los que no descendieron ninguno de los actuales, salvo las esponjas y, quizá, dos o tres más. El aumento de oxígeno en la atmósfera fue crucial para que los conjuntos de microorganismos unicelulares diesen tejidos y sistemas complejos. Desaparecieron en poco tiempo, probablemente por una catástrofe interna (vulcanismo) o externa (asteroides).

No fue hasta hace entre 570 y 534 millones de años, inicio del Cámbrico, cuando los mares vieron pulular modestos invertebrados, los primeros seres multicelulares, muy sencillos, pero en tal número y diversidad (uno de ellos, nuestro antepasado, un anfioxo conocido como Pikaia, probable fundador del fílum de los cordados, antecedente de los vertebrados) que los paleontólogos hablan de «explosión cámbrica», entrado así en las sucesivas eras Paleozoica (parareptiles y anfibios), Mesozoica (dinosaurios) y Cenozoica (el hombre, en el período Cuaternario). Stephen Jay Gould, paleontólogo que enseño en la Universidad de Harvard y uno de los mayores expertos en Darwin y la biología evolutiva, es el autor del libro La vida maravillosa (Crítica, 1999). Este volumen recoge las nuevas y espectaculares criaturas que se descubrieron en Burgess Shale, en las Montañas Rocosas canadienses. Es, en verdad, un libro «maravilloso».

El Cenozoico es de gran interés para nosotros porque en él se da algo inaudito. En efecto, el Cenozoico abarca dos períodos, el Terciario (desde la extinción de los dinosaurios hasta, más o menos, el ancestro común de chimpancés y humanos) y el Cuaternario, que se divide en las épocas Pleistoceno (1,9 millones de años-12.000 años: comienzo del Neolítico) y Holoceno (12.000 años hasta hoy, 2019). Y es el Holoceno donde salta la sorpresa, porque nunca antes se habían alterado las eras, períodos y épocas, una vez fijadas por consenso. Pero desde hace unos pocos años, un nutrido grupo de geólogos cree que el Holoceno («todo nuevo») ha concluido, que el impacto del hombre sobre el planeta es de tal magnitud que la naturaleza, por sí sola, ya no determina las épocas, y han consensuado una nueva época, el Antropoceno («hombre nuevo»: el hombre como centro de los acontecimientos recientes). Lo que se deriva de esto lo abordamos en el siguiente apartado.

5+1

En las aulas de las facultades de Geología se enseña que la Tierra sufrió cinco grandes extinciones de fauna y flora (hubo más, de menor calado), todas en el eón Fanerozoico (534-Presente; es pertinente el libro del paleontólogo Richard Leakey y del bioquímico Roger Lewis La sexta extinción (Tusquets, 1997). Fue el anatomista francés del siglo XVIII Georges Cuvier el primero en hablar de las catástrofes masivas al percatarse de que los huesos de los mamuts (extintos) eras diferentes de los huesos de los elefantes. A partir de Cuvier, y tras las aportaciones del geólogo escocés Charles Lyell y del mismo Charles Darwin, las investigaciones y literatura de autores del siglo XX señalaron las cinco crisis más destructoras, a saber:

1) Hace 440 millones de años, al término del período Ordovícico (que dio pasó al Silúrico), aconteció la primera gran extinción. El cálculo es de, cuando menos, el 65% de las especies marinas fulminadas. La teoría que goza de mayor apoyo como desencadenante de esta primera extinción es la destrucción de la atmósfera por una lluvia prolongada de rayos gamma de larga duración (los rayos gamma producen la energía más poderosa que se conoce, pues su longitud de onda en menor que el diámetro de un átomo); los rayos gamma de larga duración provienen de la explosión de supernovas, según las últimas observaciones astronómicas).

2) Cerca del final del período Devónico, unos 360 millones de años atrás, se estima en un 70% las especies que desaparecieron, y las razones de desconocen, aunque no se descarta un enfriamiento de la atmósfera

3) En el intervalo de los períodos Pérmico/Triásico (eras Paleozoica y Mesozoica, respectivamente, alrededor de 250 millones de años), se produce la mayor extinción de las cinco. El porcentaje de aniquilación asciende al 96%. Es decir, la vida se sostuvo por un delgado hilo, pero de él la evolución acabó por producir una explosión de especies, entre las que se contaban los primeros y aún no terribles dinosaurios. Los Traps (Escaleras) Siberianos, cadenas de volcanes en erupción durante millones de años, dispararon los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera y disminuyó el oxígeno; la capa de ozono quedó muy dañada.

4) Antes de concluir el período Triásico, unos 200 millones de años atrás, seguramente por cambios climáticos bruscos, fue agostada la vida en 80%. Tras el cataclismo, los dinosaurios fueron aumentando en tamaño y ferocidad (períodos Jurásico y Cretácico).

5) Esta última aniquilación global fulminó a los «lagartos terribles» y los amonites marinos, en el tránsito Cretácico/Terciario, hace unos 65 millones de años. La causa fue un asteroide o cometa de unos 10 kilómetros de diámetro que impactó en la península mexicana de Yucatán, con una fuerza de unos mil millones de veces la bomba atómica arrojada por EEUU sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Fue el físico de familia asturiano Luis Álvarez quien, en 1980, halló con su equipo niveles abundantes de iridio, un metal pesado y no reactivo raro en la corteza terrestre, porque, por su peso, el iridio se hundió en el núcleo de nuestro planeta cuando se estaba formando. Al contrario, es habitual en los asteroides. Luis Alvárez, y su hijo Walter, extrajeron iridio en puntos distantes entre sí. Luego, en 1990, se descubrió el enorme cráter (cráter de Chicxulub) que dejó, bajo las aguas del golfo de México. Pero al ir apareciendo impactos, menores, en otros lugares y datados en la misma época, se dedujo que la Tierra sufrió en esa época un bombardeo de cuerpos espaciales. Por supuesto, como en los anteriores episodios, más factores pudieron cooperar en esta quinta catástrofe.

Para Leakey y Lewin, en el libro antes citado, estamos en el inicio de la sexta extinción, en línea con el Antropoceno. El hombre, además de expulsar mucho CO2 a la atmósfera, es responsable de la desaparición de cientos de miles de especies terrestres y marinas, incluidas las vegetales. Los mares, «mares de plásticos», están siendo esquilmados: corales, fitoplancton (el mayor sumidero de CO2), desertización. Escriben Leakey y Lewin: «El Homo sapiens es hoy la especie dominante en la Tierra. Por desgracia, nuestro impacto es devastador y, si seguimos destruyendo el entorno como en la actualidad [estas palabras son de 1995; en 2019, no solo se confirman, sino que el drama es exponencial], la mitad de las especies del mundo se extinguirán a comienzos del próximo siglo [el XXl]. Aunque el Homo sapiens esté condenado a la extinción, al igual que las demás especies que han existido, tenemos el imperativo ético [aquí sería más pertinente el término 'moral', por cuanto la acción va dirigida a millones y millones de especies] de proteger la diversidad de la naturaleza, no de destruirla».

TBN-700

Los fríos extremos, como se ha visto, fueron habituales en el eón de plantas y animales (Fanerozoico), pero no comparables al eón Proterozoico, en el que se han contabilizado cuatro. Uno de ellos, que aconteció unos 700 millones de años atrás, resultó tan colosal que se le bautizó «Tierra Bola de Nieve», porque el planeta entero estaba cubierto por un manto blanco, que en diversos puntos tenía un grosor de kilómetros. Se sugiere que los desplazamientos de las placas tectónicas alteraron la atmósfera, que redujo el CO2 y el metano (CH4), y por el efecto albedo, previsto por el climatólogo bielorruso Mijail Budyko, el hielo reflejó la luz solar, lo que impidió que el calor se mantuviese y aumentasen, por consiguiente, las nevadas y los fríos glaciales, que superó temperaturas medias en más de -50 grados centígrados. El vulcanismo, finalmente, acabó con la TBN, que emitió a la atmósfera tanto CO2, que llegaría a concentrar unas 350 veces más que en la actualidad. 

En el período Cuaternario (Pleistoceno y Holoceno), en el que se presentaron los primeros homos (habilis, erectus, ergaster, neanderthalensis, sapiens…), se produjeron las últimas glaciaciones. Hace 1.2 millones de años, y nos centramos en Europa, comenzó la glaciación Günz y la sucesión fue esta:

a) Interglaciarismo Günz-Mindel (período templado): 730.000-650.000 años.

b) Glaciarismo Mindel (período muy frío con grandes acumulaciones de hielo): 650.000-350.000 años.

c) Interglaciarismo Mindel-Riss: 350.000-300.000 años.

d) Glaciarismo Riss: 300.000-120.000 años.

e) Interglaciarismo Riss-Würm: 120.000-85.000 años.

f) Glaciarismo Würm Antiguo: 85.000-35.000 (los neandertales están extinguiéndose en Eurasia, coincidiendo con la llegada del Homo sapiens, su posible depredador, tal y como hicieron con tantas especies, sobremanera los grandes mamíferos y felinos allá donde los encontraban).

g) Glaciarismo Würm Reciente: 35.000-12.000 años.

h) Interglaciarismo del Holoceno: 12.000-Presente: Temperaturas templadas, restando moderadas oscilaciones, entre las que sobresale la Pequeña Edad de Hielo, que se inició en la época en la que Colón viajaba a América y terminó poco después de que Mary Shelley escribiera Frankenstein, justamente porque el verano de 1816 fue un verano sin verano, por las erupciones, entre 1812 y 1815, del volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa. Otros episodios volcánicos anteriores y la disminución de la actividad solas se barajan como causantes de esta PEH, que llegó a cubrir de hielo el norte de la península Ibérica.

La vulcanología estuvo siempre presente en los cambios bruscos de las temperaturas. El más destructor, después de los Traps Siberianos, fue el supervolcán Toba, también en Indonesia, en la isla de Sumatra. La devastación alcanzó una magnitud tal que la pequeña banda de hombres modernos de la que todos descendemos, que había emigrado de África al sur de la península Arábiga, y desde allí se diseminó por todo el mundo, estuvo a punto de desaparecer y, con ella, nosotros no hubiéramos sido ni soñados.

En Historia Antigua se baraja la hipótesis de que el estallido del volcán de la isla egea de Tera (hoy Santorini, desde donde se puede apreciar cómo la erupción se llevó media isla), alrededor del 1600 a.C., supuso un declive lento pero constante de la civilización minoica de Creta (110 kilómetros al sur de Santorini), finalmente tomada por los aqueos unos 140 años después. 

C02-CH4-NO2-Caos

Ahora bien, ¿por qué hemos acometido un somero recorrido por la historia geológica y climática de nuestro planeta?, ¿qué pretendíamos? La intención era mostrar, o tratar de mostrar, que el pasado nos informa del presente, y de muy diversas maneras, pero que el presente también puede ser una singularidad, como las hubo antes, y esta última singularidad, que defendemos aquí, es la presencia, inédita en el devenir del planeta, del Homo sapiens, que desde hace 12.000 años se ha dedicado con denuedo a destruir todo lo que toca. La agricultura y la ganadería; la manipulación de minerales y metales; el arrasamiento de los bosques (la península Ibérica y Europa y América del Norte en el pasado, y en el presente reciente, Indonesia, el continente asiático, África y América del Sur, especialmente la Amazonía, con nombres concretos: Jair Bolsonaro); la utilización de los combustibles fósiles (industrialización) y de la fusión nuclear (Chernóbil, Fukushima), y, finalmente, el hipercapitalismo que se alimenta del consumo bulímico de todos los productos imaginables hechos con cualquier cosa que esté en la naturaleza, saqueada, depositando los restos de esta orgía sin parangón no solo en la tierra y en el mar, también en el aire, irrespirable en tantos lugares.

Mucho más el gasóleo que la gasolina, los vehículos arrojan cantidades descomunales de partículas en suspensión y dióxido de nitrógeno (NO2), que hacen enfermar de mil maneras y matan a millones de personas cada año. Las industrias químicas envenenan la atmósfera, las aguas. Los pesticidas, igualmente. A medio plazo, casi nada cambiará. Vivimos y viviremos en la biosfera basura.

El clima es un sistema altamente complejo (el lector, para ampliar este tema, puede acceder al libro Geografía general física y humana (Oikos-Tau, 1983), de Yves Lacoste y Raymond Ghirardi; Lacoste, geógrafo francés, fue un referente mundial en su especialidad; suyo es el crucial ensayo La Geografía: un arma para la guerra (Anagrama, 1990) que, no obstante, este complejo sistema, entra en crisis si alguno de sus componentes se desestabiliza o aparecen alteraciones en la rotación de la Tierra; inclinación de su eje (la NASA ha calculado que, a lo largo del siglo XX, el eje se ha desplazado 10 centímetros por la sobrecarga lateral que supone el derretimiento de unas 7.500 gigatoneladas del hielo de Groenlandia, un peso que se incrementará al ritmo que se está incrementando el CO2 en la atmósfera); comienzo de la fase, lenta, de cambio de los polos magnéticos, que, cuando se complete, las brújulas apuntarán al sur buscando el Polo Norte y al norte indicando el Polo Sur magnético, fenómeno que acontece cada 780.000 años; irregularidades en el escudo magnético; llamaradas solares potentísimas; colisión de cuerpos exteriores…

Y es aquí donde entra a jugar el hombre, a jugar con el clima (no confundir con el tiempo, pues mientras este abarca horas, un día, el clima se contempla en períodos de hasta un año); esta es la singularidad presente. El metano (CH4) es un gas de efecto invernadero, y va en aumento, aunque el principal culpable es el dióxido de carbono (CO2). Pero ¿qué es el efecto invernadero?, nombre con el que era conocido hasta hace poco el cambio climático. Póngase una manta alrededor de la Tierra y observaremos que, como una manta de cama, guarda el calor de nuestro cuerpo dentro de ella; sin embargo, a diferencia de la manta de cama, la terráquea deja pasar la temperatura que hay en la habitación: frío si está fría, calor si está caliente el cuarto, lo que nos obligará a retirarla y taparnos solo con la sábana. Es decir, el calor del Sol atraviesa la manta y cuando el suelo desprende parte de ese calor a la atmósfera, esta, que es la manta, no lo deja pasar y lo devuelve al suelo, que se recalienta. La Tierra, así, está atrapada en una burbuja.

Echemos un vistazo al CO2 (la manta). Cuando estudiábamos de niños la composición de gases en la atmósfera, los libros traían una tabla parecida a esta:

Nitrógeno molecular (N2): 78,084 partes por millón por volumen (ppmv).

Oxígeno molecular (O2): 20,946 (ppmv).

Argón (Ar): 0,934 (ppmv).

Dióxido de carbono (CO2): 0,034 (ppmv).

Neón (Ne): 0,018 (ppmv).

Helio (He): 0,0005 (ppmv).

Esta tabla sigue vigente hoy, muy aproximadamente, excepto en la cifra del CO2. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha cifrado, en 2017, que la cantidad de este gas era de 0,0403,3 (ppmv), mientas que en 2015 se situaba en 0,0401 (ppmv). Con respecto a la segunda mitad del siglo XVIII (Revolución Industrial en Gran Bretaña con la máquina de vapor de James Watt y Matthew Boulton, que mejoró los prototipos anteriores, y cuya energía emanaba de la quema de carbón), la OMM calcula que los niveles de CO2 han aumentado un 145%.

Se ha de apuntar que, a mediados del período del Plioceno (hace unos 3 millones de años), la temperatura de la Tierra oscilaba entre los 2 y 3 grados más que ahora y, en consecuencia, el nivel de los mares, de 10 a 20 metros, también más que los niveles actuales. Pues bien, las proyecciones que cuentan con más consenso dicen que el CO2 superaba los 0,0400 (ppmv), aunque se desconoce exactamente cuánto.

A pesar de no saber si la cantidad era de 0,0440 o de 0,0480, ¿es un espejismo el deshielo del Ártico y de la Antártida? ¿No han desaparecido en las últimas décadas más de mil glaciares? ¿Es acaso la temperatura media igual a la de hace 90 años? Y no contemplamos aquí los desastres naturales (lluvias torrenciales muy frecuentes, sequías larguísimas, huracanes ya habituales, etcétera) para que no se nos aduzca que no está certificado científicamente la relación causa-efecto. Solamente nos acogemos a los datos empíricos, ciertos científicamente, sin discusión, salvo para el incauto, el desinformado, el inmaduro o el vil. 

Terminamos con una constatación inquietante descubierta por matemáticos y físicos, la Teoría del Caos, que se ha revelado contundente en campos diversos, como el biológico o el meteorológico. En síntesis, la Teoría del Caos dice, utilizando ecuaciones, que, dentro de un sistema dado, pueden darse variaciones espectaculares e imprevisibles por interacciones que se dan en el seno de ese sistema. El que fuera catedrático de Meteorología del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Edward N. Lorenz, publicó en 1993, traducido al español en 1995 por el Círculo de Lectores, el ensayo La esencia del caos. Un modelo científico para la disparidad de la naturaleza.

En la portada de la edición que tenemos figura una mariposa porque esta teoría se hizo famosa entre el público cuando se resumió como algo parecido a esto: «El aleteo de una mariposa en China puede desencadenar un tornado en América». Lorenz escribe: «Los fenómenos supuestamente caóticos comprenden sucesos cotidianos como la caída de una hoja o el ondear de una bandera, al igual que otros procesos más enrevesados, como las fluctuaciones climáticas o incluso el mismo discurrir de la vida».

Para Lorenz, el caos es determinista, pero no por completo, «o que casi lo es si se da en un sistema tangible que posee un leve grado de aleatoriedad (…) Este es el tipo de aleatoriedad que he querido indicar en mi descripción del caos como algo que aparenta ser aleatorio».

O sea, el clima terrestre no es aleatorio, es determinista, pero con aparente aleatoriedad. Entonces, ¿estaremos ya ante un calentamiento global irreversible por su dinámica interna, previamente modificada por el hombre, que no puede escapar a su siguiente fase, más caóticamente imprevisible todavía? La respuesta, a la vuelta de la esquina. ¿O quizá ya hemos dado la vuelta a la esquina y la Teoría del Caos nos ha engullido?