Lo de la soledad en países mediterráneos como el nuestro, proclives a la extroversión y al parloteo, es especialmente llamativo, pero responde al tiempo que vivimos, dado a la urgencia y a la superficialidad. En mi pueblo tengo a una vecina de edad avanzada que busca la conversación por los comercios. Su soledad hace que intente ser escuchada con la excusa de sus compras. Pasa por eso largo tiempo en la farmacia o en la frutería, ante la indiferencia, la tolerancia o el fastidio de sus propietarios.
Teniendo en cuenta este caso, advierto hoy leyendo el diario La Vanguardia que hay gente con la sensibilidad de Adrià Ballester (Barcelona, 1993), capaz de abrir su escucha a los demás de manera gratuita, sin esperar nada. Instalado en el Arc de Triomf de su ciudad desde hace tres años, Ballester ofrece conversaciones gratuitas al aire libre con quienes tengan la necesidad de hablar y ser escuchados. Junto a su silla en la calzada hay otra dispuesta para quien lo visite bajo el indicativo Free Conversations [Conversaciones Gratis].
Este conversador altruista decidió dedicar su tiempo libre a este menester y ya lleva en su archivo de pláticas un millar de charlas. Graduado en Administración y Dirección de Empresas vende Adrià, como comercial, cursos de informática, por las noches estudia a distancia algo tan indispensable en su actividad callejera como el grado de Comunicación. Ballester cuenta en La Vanguardia por qué decidió llevar adelante este singular servicio: «Fue un día en que la jornada no me fue muy bien, había discutido con alguien en el trabajo, ya ni me acuerdo con quién. Fui a dar una vuelta por la ciudad y sin darme cuenta llegué hasta Collserola. Allí en la montaña me topé con un señor mayor, era la versión española de Papá Noel, y estuvimos hablando, de nada en concreto, simplemente hablando. Cuando volví a casa me di cuenta de que después de hablar con aquel hombre ya no estaba pensando en el mal día que había pasado. Y desde aquel día me di cuenta de lo importante que es hablar, y tomé la decisión de empezar este proyecto».
Ayer mismo me enteré de que hay una asociación no menos altruista que en lugar de donar conversaciones, como este joven catalán, se dedica a donar risas y convoca a tan humanizador efecto unos talleres de risoterapia. Se llama Donantes de risas y pretende hacer -leo- «un lugar de encuentro para saborear los beneficios de la risa en nuestra vida cotidiana, aprendiendo a desdramatizar situaciones diarias y a verlas desde otra perspectiva más optimista. Enseñando técnicas que nos hagan incorporar el sentido del humor en nosotros para contribuir a mejorar las condiciones de vida, tanto físicas y emocionales como mentales y sociales».
Esta asociación quiere elevar la risa a la categoría de deporte y con este propósito tiene previsto solicitar espacios municipales para darle a la carcajada ámbitos urbanos. En el fondo y en la forma, Donantes de risas se mueve impulsados por la felix-sofía o tratado de la sabiduría de la felicidad, «en clave de humor al más puro estilo de Platero y yo… para que caigas en la cuenta de que cualquier burro ríe más que tú».
Nuestra sociedad necesita muchas risas y muchas palabras compartidas, porque cada vez está más sorda y apagada. Por eso no he dejado sin referencia ese conversatorio montado en el Arc de Triomf de Barcelona y esa asociación que se cree a pies juntillas lo que Victor Hugo afirmó: «La risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano». O lo que Miguel Hernández le escribió desde la cárcel en una nana a su hijo:
Tu risa me hace libre, me pone alas.
Soledades me quita, cárcel me arranca.
Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea.
Es tu risa la espada más victoriosa.
Vencedor de las flores y las alondras.
Rival del sol, porvenir de mis huesos y de mi amor.
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