Por qué Albert Rivera no se dejó barba. Quizá los gurús que queden en su partido estén hoy dándole vueltas a esta pregunta, dada la vacuidad del momento político. Pero lo de la barba o no era un tema menor, teniendo en cuenta que Rivera ya se inmoló hace 200 días, cuando puso su famosa línea roja, y ya se sabe que, cuando uno se inmola, casi lo primero que le arde es el pelo. Vaya por delante, además, que el pueblo soberano no vota en función de los pelos de la cara: ahí tienen a Pedro Sánchez, afeitado perfecto, reforzado desde ayer en sus argumentos, los que sean: van a tener que escucharlo. La barba no le ha ido del todo mal a Pablo Casado. Se la dejó en un intento de alejarse del bigote de Aznar y de aproximarse a las mejillas de Rajoy. En el fondo, la cuestión era seguir vivo, operación para la que guardó en el armario a Suárez Illana y a una cuadrilla de lidia. Sigue vivo. Otra cosa es recordar lo que pudo haber sido el PP y ya no es, quién sabe hasta cuando, porque Abascal tiene pinta de que no va a ser rasurado en cuatro días: su barba va a rascar en el Congreso más de lo previsto. Hay otra barba que ni fu ni fa, o más bien fa. Es la barba irregular de Pablo Iglesias, bajando en escaños, él dirá que para coger impulso y llegar a los cielos. Este domingo, faltaría más, volvió a pedir sitio en el Consejo de Ministros. También está la de Gabriel Rufián, fotografiado ayer en gesto amistoso con un interventor de Vox: la perfecta imagen de dos vasos comunicantes. En la guerra de barbas que fue la jornada electoral de ayer sobresalió, por ausente, la del lampiño Íñigo Errejón. En campaña, le parecía guay ser ministro de Sánchez. Pero este domingo Teruel existió y Errejón casi no. Entró, ya ven, por los pelos, aunque su batacazo casi ni se escuchó: Rivera estaba empeñado en maquillar incluso a los muertos. Del legado de campaña del líder de Más País queda este guiño, que ni siquiera es nuevo: propongo que ningún diputado cobre hasta que se resuelva la gobernabilidad de España. Cuando se constituyan las Cortes, al pobre Errejón nadie lo va a invitar a café.
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