El semiólogo italiano Umberto Eco, fallecido hace dos años, fue mundialmente conocido a partir de 1980 por su novela «El nombre de la rosa», un portentoso relato en el que su protagonista, Guillermo de Baskerville, investiga unos asesinatos en una abadía benedictina de la Italia del siglo XIV. Jean-Jacques Annaud, director muy aplaudido por «El oso», realizó una meritoria versión cinematográfica de «El nombre de la rosa».
Eco ya fue relevante en la década de 1960, en círculos universitarios y de medios de comunicación, entre otros, por su ensayo «Apocalípticos e integrados», en el que sostenía que los «apocalípticos» lo constituían quienes veían en la cultura de masas una deriva catastrófica para el hombre, y los «integrados», al contrario, creían en una suerte de democratización de la cultura.
Sin embargo, el Eco más académico y sustancial lo encontramos en algunos de sus estudios más sesudos, como en «Los límites de la interpretación» (… «en la interpretación, además de que -i- una expresión puede ser sustituida por su interpretación, sucede también que -ii- este proceso es teóricamente infinito, o al menos indefinido, y que -iii- cuando usamos un sistema de signos determinado podemos tanto rechazar la interpretación de sus expresiones como elegir las interpretaciones más adecuadas según los diferentes textos», pág. 243 de la segunda edición de Lumen de 1988). O «Semiótica y filosofía del lenguaje» («Aristóteles, aunque solo sea de forma confusa, lo percibió: al nombrar una cosa con el nombre de otra se niega una de las propiedades que le pertenecen. El escudo de Ares también podría ser nombrado como «copa sin vino» [Poética, 1457b, 32]», pág. 184 de la tercera edición de Lumen de 1988). Por supuesto, para quien desee profundizar en las teorías del que fuera catedrático de Semiótica de la Universidad de Bolonia, puede recurrir a su manual «La estructura ausente. Introducción a la semiótica», también publicada por la editorial Lumen.
Pues bien, Umberto Eco fue invitado en 1995 a dar una conferencia en la Universidad de Columbia, titulada «El fascismo eterno», y su repercusión aconsejó, dos años más tarde, a que el texto que Eco leyó fuese recogido en un librito: «Contra el fascismo».
Eco empieza recordando que, de niño, era fascista: «Toda mi infancia había estado marcada por los grandes discursos históricos de Mussolini, cuyos pasajes más significativos aprendíamos de memoria en el colegio» (¿no recuerdo esto el franquismo de antaño y el catachalismo actual?). «En Italia, hoy en día, hay personas que dicen que la guerra de liberación [del fascismo y del nazismo] fue un trágico episodio de división, y que ahora necesitamos una reconciliación nacional» (¿se parece en algo a la España de hoy en día? Afirmativo).
Para Eco, «detrás de un régimen y de su ideología hay una manera de pensar y de sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de instintos oscuros y de pulsiones insondables» (¿acaso los aberchales, catachales, valenchales, balearchales, galegochales y asturchales carecen de «instintos oscuros»?).
«Hubo un solo nazismo», prosigue Humberto Eco, «y no podemos llamar nazismo al falangismo hipercatólico de la España de Franco, puesto que el nazismo es fundamentalmente pagano, politeísta y anticristiano, o no es nazismo». Y dos páginas más adelante: «Añádanle al fascismo italiano un anticapitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y obtendrán a Ezra Pound. Añádanle el culto a la mitología celta y el misticismo del Grial (completamente ajeno al fascismo oficial) y obtendrán a uno de los gurús fascistas más respetados: Julius Evola. A pesar de esta confusión, considero que es posible elaborar una lista de características de lo que me gustaría denominar ur-fascismo, o fascismo eterno. Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema: muchas se contradicen mutuamente, y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista».
Y las 14 características que enumera Umberto Eco de esta «nebulosa fascista» son:
1) Culto a la tradición: «La verdad ya ha sido anunciada de una vez por todas».
2) Irracionalismo: «La ideología nazi se basaba en la sangre y en la tierra» (se me aparecen aquí los contornos y geográficos y los dintornos sociópatas catalanes, vascos…).
3) Pensar es una castración: «El irracionalismo se deriva también del culto a la acción por la acción. La acción es bella de por sí y, por tanto, debe actuarse antes de y sin reflexión alguna. Pensar es una forma de castración».
4) Sincretismo acrítico: «El desacuerdo es traición».
5) Racismo: «El desacuerdo es, además, un signo de diversidad… El ur-fascismo es, pues, racista por definición».
6) Burguesía amenazada: «El ur-fascismo surge de la frustración individual o social. Lo cual explica por qué una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamamiento a las clases medias frustradas, desazonadas por alguna crisis económica o humillación política» (la retórica nacionalista en España).
7) Nacionalismo: «A los que carecen de una identidad social cualquiera, el ur-fascismo les dice que su único privilegio es el más vulgar de todos: haber nacido en el mismo país».
8) La fuerza del enemigo: «Los seguidores deben sentirse humillados por la riqueza que ostentan los enemigos y por su fuerza» (Torra y sus CDR: «represión de la policía fascista española»).
9) La guerra permanente: No hay lucha por la vida, sino «vida para la lucha» (bien lo saben en el País Vasco y Cataluña).
10) Elitismo de masa: «un aspecto típico de toda ideología reaccionaria, al ser fundamentalmente aristocrática» (burguesía vasca y catalana).
11) Héroe mitológico: «el heroísmo es la norma» para todos (los vándalos que tienen en estado de sitio a Cataluña son los héroes que señala Eco).
12) Sexo: «Puesto que tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el ur-fascista proyecta su voluntad de poder a cuestiones sexuales», como la debilidad de la mujer, la homofobia, etcétera.
13) El líder: El pueblo es monolítico, un todo (atributivo que envuelve a sus partes entretejidas, que diría Gustavo Bueno desde su teoría del todo y las partes, pero en cuanto a la perspectiva de «unidad», no de «identidad»), que sigue a un líder indiscutible.
14) Lenguaje infantil: «Todos los textos escolares nazis o fascistas [como los catalanes] se basan en un léxico pobre y en una sintaxis elemental».
(Al principio de este texto hablé de dos películas de Annaud, y quiero terminar con un deseo: que Tarantino acometa la segunda parte de «Malditos bastarnos», pero, en lugar de tener por escenario Francia, que la ruede en Cataluña).
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